domingo, 24 de septiembre de 2017

Televisa y “Frida Sofía” como mercancía.




Quizá uno de los aportes más importantes de Karl Marx haya sido su distinción entre “valor de uso” y “valor” o “valor de cambio”. El primero es aquel que satisface cualquier necesidad humana. Es más cercano a las características “naturales” del objeto que lo porta. Un trozo de tela tiene un valor de uso que reside en que sus propiedades físicas le permiten cubrir una necesidad de abrigo, por ejemplo. Un trozo de carne cubrirá necesidades nutricionales. No importa que esas necesidades sean “básicas” o no, Marx reconocía la complejidad de lo humano. Un perfume podrá ser un artículo de lujo, pero satisface una necesidad y por tanto tiene un valor de uso. Es más, podemos alejarnos un poco de la base de lo “natural” y pensar en un teléfono. Tiene también un valor de uso, una función que tiene que ver con una necesidad humana. 

               El “valor de uso”, pues es la capacidad que tiene un objeto para satisfacer una necesidad humana. Ese objeto puede estar muy poco o nada elaborado por el trabajo humano o puede tener detrás una muy compleja estructura productiva. Lo importante está en sus características y en su uso concreto.

               El “valor”, por otra parte, o “valor de cambio”, es el que adquiere un objeto con valor de uso cualquiera cuando tiene que intercambiarse en el mercado. Es decir, es el que tiene un valor de uso considerado ya como mercancía. Un pedazo de tela puede intercambiarse por alguna cantidad de carne o por una cantidad de teléfonos, y entonces lo que los iguala no es el conjunto de sus muy distintas características o las muy diferentes necesidades que cubren, sino, en la teoría marxista, el trabajo socialmente necesario para producirlos. 

Aunque esta teoría del valor-trabajo ha sido impugnada, aquí sólo me interesa ese “doble carácter” de la mercancía, como objeto con propiedades que satisface una necesidad humana, y como objeto que ha de intercambiarse en el mercado. Para algunos marxistas, esta segunda identidad puede ir “en contra” de la primera o, dicho de manera más general, los imperativos del mercado o del intercambio pueden oponerse a los valores de uso en su misma existencia.

Algunas tendencias “ecológicas” del marxismo presentan esto más o menos de la siguiente forma: si pensamos en un objeto como valor de uso, lo que mueve a producirlo es la satisfacción de una necesidad, pero si lo pensamos como una mercancía, lo que mueve a producirlo es el lucro, la obtención de una ganancia al intercambiarlo. La producción de mercancías guiada por el afán de lucro, ganancias, utilidades, puede amenazar incluso la “fuente” última de los valores de uso, la naturaleza y, con ella, a la misma humanidad. De ahí que se diga que los “valores de uso” y la vida humana estén amenazados por el sistema capitalista, guiado por una irracional búsqueda de lucro.

Adaptando ese esquema o tomándolo como sugerencia, uno puede pensar en la educación privada. ¿Qué es lo que mueve a un empresario o corporativo a generar un producto-servicio como lo es una escuela privada de cualquier nivel? En el nivel del valor de uso, diríamos que todo tendría como fondo una necesidad de educación, pero en el nivel del valor de cambio o valor todo tendría que ver con el afán de lucro. 

En la civilización occidental de herencia cristiana, todavía la búsqueda cruda de ganancia no es muy bien vista, a pesar de los siglos de capitalismo. Por eso cuando los vendedores de educación promueven su producto-servicio no nos dicen que todo lo hacen para obtener utilidades sino, justamente, para satisfacer las necesidades de los clientes. Y prometen hacerlo mejor que nadie. Su objetivo, nos dicen, es educar al más alto nivel, formar seres humanos, dotarlos de las herramientas para el futuro y todo un discurso que se apoya en el nivel del valor de uso, pero para lograr la valorización del valor, es decir, aumentar las ganancias.

Un marxista podría señalar que ambas tendencias se van a oponer: si los dueños o administradores priorizan la ganancia, podrían implementar medidas como no pagar prestaciones a los profesores, tenerlos con un bajo sueldo, no tener a ninguno de planta, propiciar las rotaciones de personal para que no haya antigüedad, etcétera. Harán ahorros y entonces las utilidades serán mayores. Pero, ¿eso favorecerá al mismo tiempo los objetivos del valor de uso, en este caso la educación? Parece que no. Profesores en condiciones de precariedad probablemente tengan que buscar más empleos, pudiéndole dedicar poco tiempo a la preparación de clases o a las evaluaciones. Los imperativos de la educación como mercancía pueden ir en contra de la educación como necesidad humana. Es más, si crece el sistema privado y se hace demasiado fuerte, puede que muy pocos puedan educarse y entonces la “educación humana” se habrá limitado muchísimo.

Pensemos en los medios de comunicación. ¿Qué mueve a una empresa a lanzar o mantener un canal de televisión? En el nivel del valor de uso, la necesidad humana sería la información o el entretenimiento. Pero en el nivel del valor de cambio, el fin sería el mismo de cualquier objeto visto como mercancía: el lucro. 

Un terremoto es un desastre natural y sin duda hay una necesidad de información. La televisora, sin embargo, no sólo informará sobre el terremoto, sino que intentará también obtener los mayores niveles de rating por el mayor tiempo posible, imperativos no de la información como valor de uso sino de la información como mercancía. La televisora envía cámaras, micrófonos, reporteros y equipos de producción al lugar de los hechos para obtener materiales audiovisuales y convertirlos en el producto que vemos en las pantallas. En todo ese proceso no sólo se piensa en informar sino en acaparar la audiencia. 

Cuando alguien de la Marina informó que en los restos de la escuela “Enrique Rébsamen” había una niña con vida que se llamaba “Frida Sofía”, la televisora hizo lo que hace cualquier entidad mercantil capitalista, esto es, producir y vender una mercancía, en este caso un servicio-producto informativo. Se vio mucho potencial en la nota, se le dedicó cualquier cantidad de tiempo, se repitió el nombre de la niña una y otra vez y se le añadieron muchísimos detalles. Se logró el objetivo, millones de personas estaban viendo la televisión, pendientes de la niña “Frida Sofía” y esperando su rescate.

Pero así como una escuela que se guía por el lucro puede fallar en su propósito educativo, pues la prioridad está en los imperativos de ganancia del valor de cambio y no en las necesidades ligadas al valor de uso, así también Televisa, buscando los objetivos mercantiles de audiencia, falló en su misión informativa. Si allá la educación puede ser muy mala y deficiente, acá la información se trocó en desinformación masiva. La mercancía anuló la necesidad humana. El capitalismo genera un trastorno de identidad en los valores de uso, que pasan rápido a su opuesto, como el doctor Jekyll y Mr. Hyde.

¿Y qué dice ahora la televisora? Recurre al discurso del valor de uso: lo único que buscaba era informar, lo único que quería era hacer su trabajo, cumplir con su misión, como una escuela privada nos dice que lo suyo es educar y como una empresa de pan de caja nos dice que lo suyo es alimentar o una empresa automotriz que lo suyo es diseñar vehículos. El capitalista se oculta tras el velo venerable del valor de uso cuando la mercancía y sus exigencias se le han ido de las manos. No nos dice que el producto que nos ofrece ya está deformado por el carácter mercantil.

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