En México, el momento fundacional
del régimen colonial fue la caída de Tenochtitlán, el 13 de agosto de 1521.
Como la fecha coincide, en el santoral católico, con el día de San Hipólito, el
mártir romano pasó a ser venerado en la capital. Y todos los años, el 13 de
agosto se convirtió en día de fiesta colectiva. La pretensión era recrear justo
el momento de la victoria española y el inicio de la configuración social novohispana.
Era un suceso con funciones políticas, organizado por y para el poder. Su
diseño coincidió con la época barroca y, tomando elementos de la península
ibérica que se combinaron con elementos autóctonos, se fue condensando el
rito cívico. El componente central era un desfile en el centro de la ciudad en
el que se paseaba un pendón. Con el objetivo de hacerlo más vistoso, se adornó
con elementos rojos y verdes.
Desfilaban los gremios y las
cofradías, con sus vestuarios propios y también con carros alegóricos. Se
trataba de todo un escenario, una representación teatral a nivel urbano.No
faltaban tampoco los fuegos artificiales, la música y también la bebida. Y hay
que decir que durante toda la época barroca hubo tensión por ese carácter dual
de la fiesta, ya que, aunque fuese religiosa, la festividad daba pie a
"relajamientos" y "excesos", que las autoridades
eclesiásticas y civiles trataban, muchas veces en vano, de controlar.
La fiesta, por una lado, era un
evento del poder, en el que la autoridad se mostraba e imponía. Pero también es
una oportunidad de trasgresión. Por poner un ejemplo, Veracruz, que recibió, como
puerto, extranjeros de varias partes del mundo, se convirtió muchas veces en
foco de preocupación por parte del clero y de las autoridades virreinales por
sus "innovaciones" en los sones y en las coplas, que se utilizaban en
fiestas religiosas, pero cuya letra rozaba la blasfemia. Hubo censura. Y no
sólo por las letras sino porque, en medio de la conmemoración religiosa, se
daba pie a la embriaguez y el baile.
Y es que la fiesta, construida
sobre capas culturales, conserva en latencia elementos previos, pero no sólo
culturales e históricos sino quizá también instintivos, quizá prehistóricos, de
la parte irracional. El sexo, la carne, la violencia están arraigados
milenariamente en la fiesta. El poder intenta cabalgar en ella, pero el
equilibrio nunca ha dejado de ser tenso.
El 13 de agosto, día de fiesta en
la Nueva España, fue abandonado, por supuesto, cuando triunfó el empeño
independentista. Ahí inició otro régimen, otra configuración social, que es muy
reciente. Es el México que vivimos. Y su fiesta cívica principal se celebra la
noche de 15 de septiembre.
Si el 13 de agosto en la Colonia
se tomó como momento fundacional a rememorar de manera colectiva por ser el día
de la caída de la capital del imperio mexica, en la nueva liturgia el 15 y el
16 de septiembre son tomados como momentos fundacionales porque fue durante la
madrugada del 16 de septiembre en que el cura Miguel Hidalgo llamó a la
rebelión. El acto anual entonces es una repetición festiva de ese acto. Es una
mímesis de un episodio que se considera situado en el origen de la
configuración social vigente.
Es curioso que los colores que
engalanan la plaza central sean esos mismos colores que se utilizaban el 13 de
agosto y que de alguna manera se trasladaron al pendón de la nueva nación, el
verde y el rojo. La Bandera Nacional mezcla esos tonos coloniales con un escudo que, de
alguna manera, reivindica a los vencidos. Hay, entre la aparente ruptura, toda
una continuidad de forma y también de contenido profundo. En nuestra bandera coexisten, sin superponerse, los elementos prehispánicos y virreinales.
La fiesta del 15 y 16 de septiembre
es tan importante que los políticos y los partidos se la disputan. El que tiene
el poder es el que controla la fiesta. Varias expresiones de izquierda, tanto
partidistas como no partidistas, suelen organizar sus propios
"Gritos" alternativos. Un político nacionalista como López Obrador,
ante la ocurrencia de algunos de, como protesta, no celebrar las "fiestas
patrias", hace llamados a sí festejar, pues la celebración pertenecería a
lo popular y no al presidente en turno.
Se está, pues, dentro de una
esfera, una construcción histórica llamada México, con sus ritos y sus fiestas.
Hay un "nacionalismo" que bebe de los símbolos, los colores y también
las festividades. Pues aunque se trate de un artificio, es un artificio que
tiene raíces profundas. No sólo en la historia de México, en las fiestas
coloniales o las prehispánicas. Parece que la dimensión festiva es un elemento
de alcances antropológicos, pertenece a la historia y a la prehistoria de la
humanidad.
Una lectura muy entretenida, la imitación y la mejora es una de las cualidades del hombre, creo que aplicaron lo que aprendieron de los españoles, tal vez por eso conservan ciertas similitudes, muy interesante una parte de la historia que no conocía, yo nada mas le agregaría la razón por la que celebrarnos el 16 de septiembre, para festejar la libertad con la que vivimos y nos expresamos hoy.
ResponderEliminar