domingo, 17 de septiembre de 2017

El 16 de septiembre y la fiesta colonial.





En México, el momento fundacional del régimen colonial fue la caída de Tenochtitlán, el 13 de agosto de 1521. Como la fecha coincide, en el santoral católico, con el día de San Hipólito, el mártir romano pasó a ser venerado en la capital. Y todos los años, el 13 de agosto se convirtió en día de fiesta colectiva. La pretensión era recrear justo el momento de la victoria española y el inicio de la configuración social novohispana. Era un suceso con funciones políticas, organizado por y para el poder. Su diseño coincidió con la época barroca y, tomando elementos de la península ibérica que se combinaron con elementos autóctonos, se fue condensando el rito cívico. El componente central era un desfile en el centro de la ciudad en el que se paseaba un pendón. Con el objetivo de hacerlo más vistoso, se adornó con elementos rojos y verdes.

Desfilaban los gremios y las cofradías, con sus vestuarios propios y también con carros alegóricos. Se trataba de todo un escenario, una representación teatral a nivel urbano.No faltaban tampoco los fuegos artificiales, la música y también la bebida. Y hay que decir que durante toda la época barroca hubo tensión por ese carácter dual de la fiesta, ya que, aunque fuese religiosa, la festividad daba pie a "relajamientos" y "excesos", que las autoridades eclesiásticas y civiles trataban, muchas veces en vano, de controlar.

La fiesta, por una lado, era un evento del poder, en el que la autoridad se mostraba e imponía. Pero también es una oportunidad de trasgresión. Por poner un ejemplo, Veracruz, que recibió, como puerto, extranjeros de varias partes del mundo, se convirtió muchas veces en foco de preocupación por parte del clero y de las autoridades virreinales por sus "innovaciones" en los sones y en las coplas, que se utilizaban en fiestas religiosas, pero cuya letra rozaba la blasfemia. Hubo censura. Y no sólo por las letras sino porque, en medio de la conmemoración religiosa, se daba pie a la embriaguez y el baile.

Y es que la fiesta, construida sobre capas culturales, conserva en latencia elementos previos, pero no sólo culturales e históricos sino quizá también instintivos, quizá prehistóricos, de la parte irracional. El sexo, la carne, la violencia están arraigados milenariamente en la fiesta. El poder intenta cabalgar en ella, pero el equilibrio nunca ha dejado de ser tenso.

El 13 de agosto, día de fiesta en la Nueva España, fue abandonado, por supuesto, cuando triunfó el empeño independentista. Ahí inició otro régimen, otra configuración social, que es muy reciente. Es el México que vivimos. Y su fiesta cívica principal se celebra la noche de 15 de septiembre. 

Si el 13 de agosto en la Colonia se tomó como momento fundacional a rememorar de manera colectiva por ser el día de la caída de la capital del imperio mexica, en la nueva liturgia el 15 y el 16 de septiembre son tomados como momentos fundacionales porque fue durante la madrugada del 16 de septiembre en que el cura Miguel Hidalgo llamó a la rebelión. El acto anual entonces es una repetición festiva de ese acto. Es una mímesis de un episodio que se considera situado en el origen de la configuración social vigente. 

Es curioso que los colores que engalanan la plaza central sean esos mismos colores que se utilizaban el 13 de agosto y que de alguna manera se trasladaron al pendón de la nueva nación, el verde y el rojo. La Bandera Nacional mezcla esos tonos coloniales con un escudo que, de alguna manera, reivindica a los vencidos. Hay, entre la aparente ruptura, toda una continuidad de forma y también de contenido profundo. En nuestra bandera coexisten, sin superponerse, los elementos prehispánicos y virreinales.

La fiesta del 15 y 16 de septiembre es tan importante que los políticos y los partidos se la disputan. El que tiene el poder es el que controla la fiesta. Varias expresiones de izquierda, tanto partidistas como no partidistas, suelen organizar sus propios "Gritos" alternativos. Un político nacionalista como López Obrador, ante la ocurrencia de algunos de, como protesta, no celebrar las "fiestas patrias", hace llamados a sí festejar, pues la celebración pertenecería a lo popular y no al presidente en turno.

Se está, pues, dentro de una esfera, una construcción histórica llamada México, con sus ritos y sus fiestas. Hay un "nacionalismo" que bebe de los símbolos, los colores y también las festividades. Pues aunque se trate de un artificio, es un artificio que tiene raíces profundas. No sólo en la historia de México, en las fiestas coloniales o las prehispánicas. Parece que la dimensión festiva es un elemento de alcances antropológicos, pertenece a la historia y a la prehistoria de la humanidad.

1 comentario:

  1. Una lectura muy entretenida, la imitación y la mejora es una de las cualidades del hombre, creo que aplicaron lo que aprendieron de los españoles, tal vez por eso conservan ciertas similitudes, muy interesante una parte de la historia que no conocía, yo nada mas le agregaría la razón por la que celebrarnos el 16 de septiembre, para festejar la libertad con la que vivimos y nos expresamos hoy.

    ResponderEliminar