Aunque es un lugar común, es muy
claro que el comunismo derivó en algo parecido a una religión, específicamente
la cristiana, y que los comunistas en siglo XX mostraron comportamientos
parecidos a los de un creyente, cuando no un fanático.
Por ejemplo, los mismos textos de
Marx fueron tratados como canónicos, casi sagrados, a los que había remitirse y
hacer una exégesis, una interpretación, para hallar ahí una verdad obtenida de
una vez y para siempre.
La Unión Soviética produjo toda una tradición
exegética que condensó en manuales, con una doctrina que se estudiaba como
escolástica, repitiéndola y memorizándola. Los que iban más allá de eso, eran
llamados "revisionistas". Y los no marxistas eran como herejes. Hubo
dogmatismo, por supuesto. Y el final de todo era lograr la revolución, una
especie de salvación en un mundo redimido, un paraíso en la Tierra.
Hubo también tendencia al
martirio, a entregar la vida por la doctrina marxista. Se promovió el espíritu
sacrificio y se rindió homenaje a los caídos, que pasaron a una especie de
Panteón comunista. Hubo efemérides, rituales, una liturgia marxista.
El comunismo tuvo también sus
profetas, hombres superiores que entendieron mejor la doctrina y pudieron guiar
a sus pueblos. Como lado terrible, la URSS practicó también una suerte de Santa
Inquisición, aplicando penas para los que, según los inquisidores, amenazaban
al comunismo.
Pero no sólo eso, así como en la
historia del cristianismo ha habido cismas y sectas, también en el marxismo. Se
dividieron entre estalinistas y trotkistas, por ejemplo, y estos últimos se han
ido dividiendo y vuelto a dividir. Y cada una de ellas, como las sectas, afirma
tener la verdadera interpretación de la doctrina de Marx.
Y así como surgió una
"Teología de la Liberación" que intentó construir un catolicismo
latinoamericano, también han surgido escuelas marxistas de corte regionalista,
con sus propias ramas y subcodificaciones. El marxismo, como el cristianismo,
generó fenómenos de sincretismo ahí donde llegó.
Los comunistas de siglo XX,
llamándose ateos y "científicos", mostraron, sin embargo, todo un
comportamiento similar al religioso. Estaban dispuestos a dar la vida por sus
ideas y no pocos llegaron a cometer actos de violencia contra los que
identificaban, según sus postulados, como enemigos o como no aliados de su
causa. La Revolución todo lo justificaba, en algo parecido a un
fundamentalismo.
Este marxismo-doctrina o
marxismo-religión es uno de los fenómenos más interesantes e importantes de la
modernidad. Yo creo que expresa muy claramente en qué derivó el mito moderno
del progreso y la Razón, que se ponía por sobre la Edad Media, considerada la
era de las tinieblas. Al final, esa modernidad, como Nietzsche llegó a
describir, mató a Dios, pero de inmediato puso en su lugar a varios sucesores,
como la misma Razón, la Ciencia o la Revolución.
Al final, lo moderno mostró que,
en el fondo, aquella era no estaba superada, sino latente. Y ese retorno
terminó siendo violento. La sinrazón regresó como fanatismo irracional fascista
o como exceso de positivismo revolucionario. También el socialismo
"científico" produjo sus fanáticos.
Hoy tenemos los polvos de
aquellos lodos. Todavía hay veteranos del siglo pasado, sus hijos, sus nietos,
nuevas generaciones sin rumbo que en el dogma encuentran asidero. Son las
ruinas de la izquierda. Y así como la catedral gótica en pedazos alentó a los
románticos, ahora vemos cómo los restos del comunismo-doctrina inflaman a
algunos jóvenes, que se aferran firmemente al comunismo.
Los sueños de la Razón produjeron
monstruos: el liberalismo, el fascismo y el comunismo. Su enfrentamiento fue la
pesadilla del siglo XX. Triunfó el primero y es el que padecemos.