sábado, 22 de septiembre de 2018

La rebelión de Miguel Hidalgo y nosotros


En 1808 Napoleón ha ocupado oficialmente España, ha obligado a Carlos IV y a su hijo Fernando VII a abdicar y los ha hecho prisioneros. En su lugar, ha impuesto a su hermano mayor, que es coronado como José I Bonaparte.

En Nueva España se desata una crisis. Los criollos ilustrados, que dominan los ayuntamientos, proponen que, en ausencia del rey (pues nunca reconocerán al usurpador francés), el pueblo debe retomar la soberanía, representado por las autoridades de los cabildos. Los peninsulares opinan que la Real Audiencia (que controlan) junto con el virrey resguarden la autoridad de Fernando VII.

El virrey José de Iturrigaray parece vacilar. Y el 15 de septiembre de 1808 los peninsulares lo derrocan. Colocan en su lugar a Pedro de Garibay, que gobernará sólo con la Real Audiencia. Los criollos han sido ignorados y reprimidos. Muchos de ellos, cancelada la vía institucional, se convencerán de que sólo con las armas vendrán los cambios.

Hacen conjuras, se descubre una en Valladolid, hoy Morelia. Se descubre otra en Querétaro. Y con la premura de la persecución, Miguel Hidalgo, que la dirigía, llama a las masas a la rebelión, exactamente dos años después del golpe contra Iturrigaray.

Hidalgo es un líder carismático, lo sigue la masa de indígenas y miembros de las castas. Es un sacerdote, hay un componente religioso y milenarista en su liderazgo. Son los buenos, los oprimidos, contra los malos, los gachupines. La Virgen de Guadalupe es el símbolo de la revolución.

Los criollos no querían eso. Siendo una clase ilustrada, sentían que merecían más frente a los peninsulares. Pero nunca pensaron en la plebe, las mayorías de indígenas y mestizos. La situación los ha obligado a convocarlos. Son una clase media que ha tenido que buscar apoyo en los sectores populares. Hidalgo es el contacto.

Pero las masas son indomables. Muchos criollos se horrorizan. Ignacio Allende, un militar, es incapaz de imponer la disciplina. Se distancia de Hidalgo, que elimina la distinción de castas, restituye las tierras a los indígenas y declara abolida la esclavitud. Parece que ha pasado al bando de la plebe.

La revolución se radicaliza. Los peninsulares, el alto clero, los propietarios de las minas, los grandes hacendados, todos hacen grupo con las tropas virreinales, hacen donativos, condenan al cura rebelde, apunta con terror contra la masa de indios.

Muchos criollos que en principio simpatizaban con los cambios, se echan para atrás. No es la revolución que esperaban. Sienten que se ha desbordado el río, que las cosas se han salido de control. Se hacen conservadores.

Después de un camino de victorias, Hidalgo decide no marchar sobre la capital, retrocede, se reagrupa en Valladolid, es recibido con gloria en Guadalajara, donde José Torres ha tomado la ciudad en nombre de la independencia.

Pero cambian las cosas, la indiada de Hidalgo es derrotada en Puente de Calderón. Allende rompe con el líder. Poco después serán capturados, juzgados y ejecutados. La Guerra de Independencia será continuada por Morelos y por otros. Se prolongará una década.

Hay lecciones. Una de ellas es que la clase media suele ser la que, por tener más formación y más ideas, inicia los movimientos. Así fue en la Independencia, pero también en la Reforma con Juárez. Y en la Revolución, con Madero.

Pero las ideas no bastan. Y la clase media no es muy numerosa. La dinámica histórica la obliga a llamar en su ayuda a las masas, las enciende, las inflama, despierta en ellas el ánimo de levantarse, enciende la chispa del descontento, las vejaciones, las humillaciones.

Pero una vez que las masas se alzan, siempre se salen del control de la clase media. La revolución cambia de protagonista. Y los miembros de la clase media tienen que unirse a la rebelión popular o terminar por combatirla. Los criollos dieron paso a los indios. Madero dio paso a Zapata y a Villa.

Así, en 2012 el #Yosoy132 empezó entre la clase media juvenil y universitaria. Pero pronto movimientos populares se sumaron. La CNTE, los macheteros de Atenco y el SME participaron. Muchos de los dirigentes del movimiento surgido en la Universidad Iberoamericana pintaron su raya. Otros se radicalizaron. El movimiento se partió.

Así también Pedro Kumamoto. Su llamado a la "sociedad civil" no distingue entre clases. Uniforma a todos, clase media y clase popular, como si fueran un solo grupo frente a la "clase política". Evade la división social, con el objetivo de tener el apoyo de todos. Pero para unos parece muy radical y para otros muy moderado. Se queda en medio, indefinido, tibio. No se atreve a levantar causas del sector de los trabajadores. Y tampoco rompe formalmente con las masas.

La clase media, que igualmente detonó la revolución en Francia, como la detonó en Rusia, pronto pasa a segundo término, cuando el pueblo bajo toma en sus manos la transformación. Esa clase media se fragmenta rápidamente. Unos se dejan llevar y otros no.

Porque en la historia no hay medias tintas. O se es radical o se es reaccionario. Y cuando toca la hora de los cambios, hay que escoger irremediablemente un camino.

sábado, 15 de septiembre de 2018

El espectro y el espíritu en las fiestas patrias


En el Grito tenemos el doble retorno, el de los espectros y el de un espíritu.
El del espectro es el del poder, que conjura a los rebeldes para legitimarse. El presidente los nombra, los aprovecha, los refiere, para encabezar un rito de Estado que pretende reforzar la unidad de la nación que gobierna. Se trata de un regreso cíclico y vacío de los muertos, que forma parte de una liturgia política que consolida el régimen. Se trata de hacer rondar a los espectros de la revolución de Independencia como mero adorno de la estructura de poder.
Pero ese retorno espectral irremediablemente evoca un espíritu, lo sugiere, lo hace presentir. Es el espíritu de la rebeldía, de la actitud progresista y revolucionaria que llevó al padre Hidalgo a rebelarse contra la autoridad virreinal, que inspiró a Morelos, a Aldama, Allende, Matamoros, Leona Vicario, a Josefa Ortiz, a Javier Mina.
Si ese espíritu algún día prende en la masa, en lugar de servir de eco de los poderosos, alzará el grito contra ellos y los derribará.
El espectro regresa en la fiesta organizada por el poder y para el poder vigente. Es el oropel, el ornato, el aprovechamiento del pasado y de la historia para fundamentar la hegemonía, el statu quo, la autoridad de lo que ostentan los cargos, hace venerable al Estado, las instituciones, el gobierno. Es la fiesta que meramente reinicia el dominio.
El espíritu no regresa tan fácil, pero está latente. Y la fiesta del poder, que pretende aprovecharse espectralmente de la memoria, es el mismo momento en que el espíritu se insinúa, se presiente, peligrosamente.
El mismo instante de fiesta que sirve para afianzar el estado de cosas podría ser el del resurgimiento del espíritu, que tiraría abajo toda la estructura, en una auténtica revolución, no una pantomima de la misma.
En esa dialéctica del retorno, que tiene que ver con lo sagrado, lo político y lo estético, se juega la conservación o la transformación de la realidad.
Lo normal que el instante de lo anormal, la fiesta, esté ritualizado, reproducido, controlado, aprovechado, organizado, que el relajo, el desorden, lo extraordinario, permanezcan en el marco de las instituciones, de lo político, del Estado y el mercado, como mera repetición inocua, teatral, de la revolución y del cambio radical.
Pero el espíritu podría romper esas formas, retornar auténticamente, convertir la fiesta del poder en una nueva revolución, que irrumpa otra vez, como en el origen, un retorno verdadero de lo que por ahora es sólo rememorado.
Por eso el espectro es siniestro, porque, incluso involuntariamente, hace que se presienta el espíritu que vendría a destruirlo todo y a fundar un nuevo régimen. Es el guiño de lo que debía permanecer oculto, pero se revela.
El espectro puede él mismo abrir el resquicio para que regrese el espíritu.

domingo, 9 de septiembre de 2018

La escalera





Luchó en Vietnam. Después de la guerra había vivido en Alemania con su primera esposa. Tuvo dos hijos. Un vecino suyo también era militar, estaba casado y tenía dos hijas. Los matrimonios hicieron amistad.

En 1983, la revolución socialista llegó a la isla de Granada. Fuerzas cubanas, con asesoría china y soviética, tomaron el poder. Estados Unidos intervino, su vecino fue llamado a combate. Falleció. Sus hijas quedaron con su madre, que poco después murió también, de un derrame cerebral y una caída.

Al ver la desgracia de sus vecinos y amigos, decidió adoptar a las niñas, eran bebés. Se mudó a Estados Unidos. Se divorció, con sus dos hijos biológicos y sus dos hijas adoptivas se juntó con otra mujer, que tenía una hija. Se convirtió en novelista, logró cierta fama, buscó ser alcalde de su ciudad, no lo logró. Llegó a la madurez.

Con su segunda mujer habitaba en una casa grande, con piscina y jardines. Una noche después de unas copas y una charla en la terraza descubrió a su mujer al pie de las escaleras, en un charco de sangre. Llamó a emergencias, pero no pudieron salvarla. Murió desangrada. Él lo atribuyó a una caída. La policía lo acusó de homicidio.

Su matrimonio parecía perfecto, pero en el curso de las investigaciones saldría a la luz un aspecto oculto de su personalidad. Era bisexual. Fantaseaba con militares gais. Tenía encuentros sexuales, contrataba acompañantes. La fiscalía utilizó eso en el juicio para demostrar que su matrimonio no era perfecto y que pudo haber un motivo para que matara a su esposa. La prensa se volvió loca.

Se trajo a cuento que aquella amiga suya, que había perdido a su esposo en batalla, había muerto de una caída y que su cuerpo había sido también descubierto en una escalera, con el cuello roto. Habían pasado dieciocho años, pero la coincidencia levantó sospechas. Desenterraron el cadáver, le hicieron otra autopsia, dijeron que había sido homicidio. Lo señalaron como probable responsable.

Se dijo que había mentido en sus antecedentes militares. En sus novelas y en sus discursos políticos había escrito y dicho que lo habían herido en batalla. No era verdad, fue sólo un accidente de Jeep.

Bisexual, mentiroso, con una amiga muerta, los acusadores lo habían pintado como un potencial asesino.

Las heridas de su segunda mujer eran inexplicables, no concordaban con una caída. Tenía cortes, la sangre era abundante, se reforzó la hipótesis de una golpiza.

Lo condenaron a cadena perpetua. Apeló, lo rechazaron.

Tenía ya varios años en la cárcel cuando surgió una nueva hipótesis: a su esposa la había atacado un búho. Muchos se burlaron, pero los forenses hallaron restos de plumas en el cadáver. Las heridas, que parecían inexplicables, ahora tenían una causa. Ella había muerto por las garras de un ave rapaz, se había golpeado además en la escalera y se había desangrado.

Lo liberaron después de catorce años.

La justicia necesita resolver cada muerte humana. O su mujer se había caído o él la había matado. La defensa se esforzó, con peritos, animaciones y argumentos, en mostrar que se había golpeado en un accidente. La fiscalía, con forenses, expertos y explicaciones, intentó demostrar que se había tratado de un ataque con un atizador de chimenea. Fueron meses y meses de alegatos. Ni unos ni otros tenían la verdad. El jurado tuvo que decidir entre dos opciones. Y votó por la condena.

Contra el aparato del derecho y de las instituciones humanas, la causa había sido salvaje, como salvaje es la naturaleza: en la noche un ave rapaz había confundido la cabellera de una mujer con una presa. Le hizo cortes profundos. Si ella luchó, el búho terminó por destrozarle el cuero cabelludo. La dejó desangrándose y alzó el vuelo a seguir cazando roedores.

En otras épocas una muerte humana era como una muerte en el medio salvaje. No había que culpar a nadie, ni a nadie había que juzgar. Y tampoco era posible. Pero esto es la modernidad, es América, y toda muerte debe quedar esclarecida y juzgada. La justicia tiene que dar un veredicto, el que sea.

Se trata de vigilar y castigar.

domingo, 2 de septiembre de 2018

Federici y el tardocapitalismo


El esquema básico de Silvia Federici consiste en una complementación del análisis marxista, que incluye a la mujer y su papel en el capitalismo.
Su trabajo se ha centrado en el tránsito de la sociedad feudal a la sociedad moderna. El elemento que ella destaca es que la mujer ha tenido que ser modelada en su rol para funcionar en el sistema capitalista. Ese rol ha sido eminentemente doméstico. La mujer, como apéndice del varón, se encarga de atenderlo mientras él es explotado en los centros de trabajo.
Si el burgués ejerce un dominio sobre la clase trabajadora, cada varón trabajador, por su parte, ejerce un dominio dentro de la casa sobre la mujer y también sobre los hijos. Para llegar a eso, la mujer, que, según Federici, gozaba de una relativa mayor autonomía o al menos de un papel diferente en la sociedad feudal, ha sido sometida , ha puesto su cuerpo al servicio del "jefe de la casa", ha tenido que estar dispuesta para satisfacerlo sexualmente, para darle hijos, para limpiar, cocinar, para reconfortarlo y arroparlo.
La caza de brujas sería el proceso y el símbolo por el que la mujer fue reconstituida para funcionar en la sociedad urbana de la modernidad.
El triunfo de la sociedad moderna se ha pagado con el sometimiento del trabajador al capitalista, y de la mujer al sistema entero, que está también dentro de lo privado, en la misma alcoba. El salario viene a ser el hilo conductor. El capitalista se lo paga al obrero y éste con él obtiene un poder derivado, pues la mujer y los hijos estarán en situación de dependencia económica y, por tanto, bajo su yugo.
Este esquema de familia, que además estaría consagrado por esquemas religiosos y morales, ha sido, no obstante, minado por el desarrollo mismo del capitalismo.
En el siglo XX, las guerras mundiales fueron el punto de quiebre en Europa y Norteamérica, pues las mujeres debieron sustituir a los varones en todos los ramos de producción y en especial el bélico. La máquina destructiva capitalista sacó de los hogares a las mujeres y las puso a producir balas y fusiles por millones, mientras los hombres estaban en el frente luchando batallas de potencias imperialistas.
La familia tradicional del capitalismo temprano comenzó a resquebrajarse. El feminismo, que en su origen fue socialista, también reflejó, desde el liberalismo, la autonomía en principio forzada por las condiciones que adquirió la mujer. La precarización de los salarios, la necesidad de producir más y más y también de consumir aceleradamente, prepararon el terreno para la "liberación" femenina. Una liberación que convenía al sistema.
La mujer ahora debía ser capaz de sumarse a la producción de mercancías en los centros de trabajo, debía tener un salario y debía ser capaz también de consumir, incluso productos que antes estaban reservados para los varones. El caso del cigarrillo es paradigmático. La mujer "libre" podía ahora ganar dinero y podía comprarse una cajetilla, o quizá dos, y fumar con desenfado. Ésa era ahora la mujer "moderna", lejos de su papel tradicional.
Se trataba de un "feminismo" burgués, que se acompasaba a una nueva fase del capitalismo y la sociedad postindustrial de masas.
Eso, que comenzó en Primer Mundo, ha ido llegando al resto de los países. Los resabios tradicionales, con sus dictados y esquemas de matrimonio y de familia, se han visto superados, ya no tienen base material que los sostenga, han quedado en el aire, vacíos. El capitalismo tardío reclama a la mujer ya no sólo para empleos manuales o secundarios, sino también, con el desarrollo tecnológico, administrativo y científico, en puestos de formación universitaria. La mujer debe estar ahí también para los puestos directivos, y el feminismo afín así lo exige.
Y así como la misma dinámica de mercantilización alimentó y aprovechó la liberación sexual de los años 60, pues hizo del cuerpo femenino y del sexo una vía de lucro, en contra de los retenes morales tradicionales, así la liberación de la mujer del ámbito doméstico ha servido para mercantilizar su mano de obra, su trabajo intelectual y todo lo que pueda darle al sistema de producción.
Esto, que parece, por un lado, un fortalecimiento del capitalismo, es, por otro lado, un avance, sin duda. En el pensamiento dialéctico no hay blanco y negro, opuestos, sino síntesis, y si el capitalismo ha logrado, con su desarrollo, por fin manifestarse en su máxima expresión, rompiendo los mismos marcos que necesitó para implantarse en un inicio, eso puede ser señal de que la hora de un cambio radical se acerca o de que las condiciones para una superación del capitalismo en su conjunto están ahora más maduras.
Decía Lenin que los burgueses eran capaces de vender la soga con la que serían ahorcados. El capitalismo en su desenvolvimiento histórico liquida las barreras y fertiliza el terreno para la sociedad del porvenir que ha de reemplazarlo. Eso y no otra cosa es el entendimiento dialéctico de la historia.

Evangelion y la filosofía


El anime "Evangelion" se basa en una novela de Arthur C. Clarke, "El fin de la infancia", que narra la llegada a la Tierra de seres alienígenas con forma de demonios.
Después de inútiles esfuerzos de resistencia, la humanidad se somete a los ocupantes, que no son destructivos, pero sí imponen una política genética, reproductiva y educativa que produce un nuevo tipo de seres humanos.
Los alienígenas son sólo ingenieros al servicio de una entidad todopoderosa y lejana, una especie de planeta con vida e inteligencia superior. El gran proyecto es diluir la individualidad en una unidad cósmica. La humanidad, compuesta por millones de individuos, es convertida poco a poco en un solo ser que se uniría a aquella entidad supraindividual. Es lo que se produciría en Evangelion cuando alguno de los "ángeles" lograra llegar con "Lilith", oculta y resguardada bajo tierra.
A esa disolución de todos los individuos humanos en una unidad superior se le conoce en el manga y en el anime como "Proyecto de Complementación Humana".
Las raíces de la trama están en la mística, esa tradición que se puede reconocer en varias religiones y cuyo fondo es, precisamente, la idea de que el objetivo del ser humano es reunirse con la divinidad, reintegrarse con Dios, superar la cárcel del cuerpo para que el alma individual se una con algo superior, en un encuentro anhelado, con alto contenido erótico. Se puede rastrear esta idea, por ejemplo, en los neoplatónicos antiguos y en los florentinos.
La religión hindú tiene esa base, pues por debajo de esa enorme pluralidad de dioses está el Brahmán, que es el todo detrás de la apariencia de los individuos. El velo de Maia es esa apariencia, que puede y debe descorrerse para intuir la unidad primordial.
Más próximo en el tiempo está Schopenhauer, cuya idea de una "voluntad" detrás del mundo de la representación, recupera la tradición hindú y la convierte en sistema filosófico. La vida sólo sería un sueño sometido al principio de individuación, que se terminaría con la muerte, el regreso a la unidad.
De esto hay ecos en Freud que con la dupla del eros y el tánatos sugiere que, más allá del individuo está el deseo de unirse con otro ser, el amor, o el deseo de regresar al estado de materia inerte, la muerte. Ambos tienden a superar los límites del individuo.
Hay un filósofo grato a Borges, Philipp Mainländer, quien desarrolló un pensamiento basado en que dios se habría destruido o fragmentado y que cada hombre y cada trozo de la realidad sería uno de los fragmentos, la historia sería el esfuerzo divino de reunificación. Mainländer, que promovió la virginidad, terminó suicidándose.
Sospechar que detrás de la apariencia múltiple esté la unidad es, como escribió Schopenhauer, el síntoma de que se tiene un alma filosófica. Es lo que justamente buscaron los primeros filósofos, el principio o arjé de todas las cosas, el uno que explicaría el todo plural.