viernes, 18 de octubre de 2019

Estado y extorsión criminal


En septiembre de 1972, un comando terrorista palestino secuestró a once atletas israelíes durante los Juegos Olímpicos de Múnich. Los perpetradores exigieron la liberación de más de doscientos presos en cárceles de Israel y también de varios miembros de la "Fracción del Ejército Rojo" presos en Alemania. Las autoridades israelíes se negaron a negociar. Un intento fallido de rescate por parte de la policía alemana terminó con la muerte de cinco de los ocho terroristas, que asesinaron en el proceso a todos los secuestrados.
En octubre de 2003, terroristas chechenos tomaron como rehenes a más 800 personas en un teatro de Moscú. Demandaban la retirada de todas las tropas rusas de Chechenia y el cese de los ataques de artillería (se desarrollaba la segunda guerra chechena, entre fuerzas rusas y grupos separatistas). Después de dos días de negociaciones y el asesinato de dos rehenes, las fuerzas especiales rusas bombearon un gas sin identificar en el teatro e irrumpieron. Murieron todos los terroristas, alrededor de 40, y más de 130 rehenes.
En ambos casos los Estados no cedieron a las demandas de los atacantes. Eso provocó muertes, pero también marcó un antecedente. Lo que se juega en ese tipo de casos es justamente si el Estado se doblega frente a las exigencias y las amenazas de grupos violentos o si se mantiene firme, asumiendo las consecuencias.
Si se doblega, el resultado en lo inmediato puede ser la salvación de las personas que están en peligro. Pero a futuro, eso puede servir como aliciente para que ese tipo de grupos actúen de manera similar. La fuerza del Estado queda en entredicho.
Si no se doblega, el resultado en lo inmediato puede ser terrible, y las autoridades tendrán que enfrentar las críticas. Pero se sienta el precedente de que el Estado no cederá ante las amenazas, lo que puede servir para disuadir actos similares.
No está claro si las fuerzas federales tenían una orden de aprehensión contra Ovidio Guzmán y montaron un operativo, que evidentemente fue pésimamente planeado y ejecutado. O si, en cambio, la detención del capo fue casi fortuita y entonces no se tenía preparada una estrategia para enfrentar a los grupos de sicarios.
El punto es que se llegó a una situación en la que un grupo criminal fuertemente armado amenazó a las fuerzas de seguridad del Estado con cometer actos violentos si no se cedía a su exigencia, la liberación de Ovidio Guzmán. Es desconocido si fue la tropa, un mando o alguien del gobierno el que ordenó que se liberara al narcotraficante. Lo cierto es que se cedió a las amenazas.
En lo inmediato, como subrayan los simpatizantes del presidente, se salvaron vidas. Pero de lo que no hablan es de que a futuro podrían repetirse hechos similares, justo porque los carteles ahora tienen constancia de que su extorsión violenta puede tener éxito.
En pocas palabras, la decisión de liberar Ovidio Guzmán debilitó al Estado, lo que puede ser más peligroso a futuro que lo que se vio ayer.
Quizá por ahora zanjen parte de las críticas destacando que se evitó una masacre. Ya veremos en lo sucesivo cuando los grupos criminales repitan su estrategia de violencia para satisfacer demandas.

martes, 24 de septiembre de 2019

El "Día de Muertos" y el "Halloween": subcodificación y codigofagia cultural






Ahora que están próximas las fechas del "Halloween" (31 de octubre) y del "Día de Muertos" (2 de noviembre) comienzan algunas discusiones sobre cuál celebración sería adecuado realizar.

Unos parten de lo "tradicional" mexicano, el "Día de Muertos", que es un fenómeno de muy diverso origen y compleja conformación. Tiene influencias prehispánicas (no sólo mexicas) y católicas. Justamente en la influencia española se filtran otras muchas tradiciones, que lo acercan, si no es que lo hermanan, al mismo Halloween.

Como se sabe, el "Día de Muertos" coincide con el "Día de Todos los Santos" (1 de noviembre) y con la "Conmemoración de los Fieles Difuntos" (2 de noviembre) de la liturgia cristiana. La cuestión es que la institución católica de estas dos últimas fechas se realizó sobre fechas de festividades "paganas" como parte de un proceso de muchos siglos de cristianización. Aquí entra la festividad celta del Samhain, que, con mediación cristiana, se convertirá en el Halloween.

Siendo esquemáticos, el "Día de Muertos" es la subcodificación de la "Conmemoración de los Fieles Difuntos" en México, con la incorporación y reformulación de tradiciones prehispánicas, así como el "Halloween" es la subcodificación de la "Conmemoración de los Fieles Difuntos", con la incorporación y reformulación, por ejemplo, de varias tradiciones celtas, sobre todo en Gran Bretaña e Irlanda (de ahí se llevará a Estados Unidos).

De manera que el Halloween no es menos católico o cristiano que el "Día de Muertos". La diferencia está más bien en lo anterior a lo católico: lo prehispánico en México, lo precristiano en Europa. Ambas celebraciones son resultado de una muy compleja síntesis cultural.

Cuando se critica el Halloween desde México, se ha apelado, desde un discurso religioso, a que es una fiesta "pagana" o incluso "diabólica". Lo cierto es que no sería tan pagana como el mismo Día de Muertos con sus antecedentes prehispánicos. En ambas celebraciones se filtran influencias precristianas.

Otra crítica al Halloween es que representa un ejemplo del proceso de aculturación que forma parte de la dominación imperialista norteamericana (que incluye lo económico, lo político, lo académico, lo cultural, lo ideológico). A mi juicio, sin embargo, estos procesos de imposición, de dominación o de colonización son complejos y suelen tener varias vías. La imposición cultural suele producir fenómenos heterogéneos, no es una imposición que logre conservarse intacta frente a la influencia del elemento dominado.

El "código" impuesto se "subcodifica" y en esa subcodificación hay una relación compleja entre lo que se impone y el medio en se impone. Hay un "mestizaje" y una "codigofagia" cultural que trae como resultado fenómenos mixtos, únicos.

El Día de los Fieles Difuntos, una propuesta católica, se impuso en regiones de Europa como parte del proceso de cristianización y generó el Halloween. Esa misma propuesta, siglos después, y ya "subcodificada" en España, se trajo a América y, como parte de otro proceso de subcodificación, generó el Día de Muertos, que además muestra pluralidad regional.

Pero ahora se habla de una imposición del Halloween desde Estados Unidos. Y podríamos aceptar esa alerta. Sin embargo, debemos decir que también en Estados Unidos ha ido creciendo la presencia del Día de Muertos. Y además que son procesos que se van devorando mutuamente, códigos que hacen codigofagia.

Así, por ejemplo, de unos años para acá en México hemos visto desfiles de Catrinas (con sus versiones masculinas), en lo que parece una subcodificación de la práctica de disfrazarse propia del Halloween y no presente en el Día de Muertos.

En la película británica "Spectre" de la serie de James Bond, que se rodó en parte en el centro de la Ciudad de México, se representó un "Día de Muertos" muy extraño, con desfile de Catrinas y calaveras monumentales (http://bit.ly/1Nb7Bp6). Lo curioso es que esa imagen anglosajona del Día de Muertos, ya con la impronta también de la mercancía cultural, ha sido asumida por algunos mexicanos como una versión más "mexicana" que el Halloween.

En Guadalajara, el día de ayer desfilaron estudiantes caracterizados como Catrinas. Según explican, es una forma de "rescatar la tradición" del Día de Muertos, frente a la influencia del Halloween. En ese "rescatar", curiosamente, están incorporando elementos del mismo Halloween como se celebra en Estados Unidos (como los disfraces). Es, pues, un "rescate" que asume la visión anglosajona y comercial del Día de Muertos que podemos reconocer, por ejemplo, en "Spectre".

La subcodificación y la codigofagia hacen muy difícil hablar de "tradiciones" puras y también hacen vanos los intentos de preservar sin influencias los fenómenos culturales.

lunes, 5 de agosto de 2019

La ultraderecha xenófoba


Para muchos ultraderechistas de Primer Mundo, existe una conspiración desarrollada por élites económicas para acabar con la independencia, autonomía y la identidad de los países desarrollados, a través de la inmigración, el mestizaje y el multiculturalismo.
A esto se le denomina como "El gran reemplazo", por un libro del francés Renaud Camus publicado en 2012. Según esta idea, grupos que gobiernan en la sombra permiten, promueven y favorecen de manera deliberada el arribo de inmigrantes africanos, asiáticos y latinoamericanos a Europa, con el objetivo de crear una población mestiza más fácilmente maleable.
El "gran reemplazo" sería también un "genocidio blanco", pues implicaría la aniquilación de la "raza blanca", a través del mestizaje y el multiculturalismo. El cristianismo, las lenguas occidentales, las costumbres y las tradiciones, todo eso estaría en riesgo.
En "Eurabia: The Euro-Arab Axis", la escritora Giselle Littman habla de "Eurabia", una suerte de proyecto que busca la extinción de Europa con la migración de población árabe y musulmana. La idea básica no es nada nueva, incluso ha sido tema de novelas distópicas como "El desembarco", publicada en los años setenta, sobre un colapso de Europa debido a la migración.
Pero la literatura de extrema derecha también ha retratado la resistencia. En "Los diarios de Turner" de William Pierce, una revolución blanca logra derrocar al gobierno estadounidense e implementar un régimen ario y teocrático, con la eliminación de la población negra, hispana, asiática y judía. Estados Unidos, según esta novela, quedaría con una población de sólo cincuenta millones de personas, todas blancas y de ideología supremacista.
Estas teorías conspirativas y estas obras de ficción resultarían poco importantes si no tuvieran un reflejo en la realidad. Pero no es así. En 1995, el exsoldado Timothy McVeigh detonó un camión con dos toneladas de explosivos en un edificio federal de Oklahoma City. La explosión mató a 169 personas e hirió a alrededor de 700.
Según las investigaciones, "Los diarios de Turner", donde se narra un atentado similar, influyó en McVeigh, quien imaginaba que el gobierno federal estaba girando hacia el totalitarismo. El asedio de Waco, en el que la policía desmanteló un rancho controlado por una secta, fue para McVeigh una confirmación de sus hipótesis.
En 2011, Anders Breivik usó también un vehículo con explosivos para perpetrar un atentado en Oslo, Noruega. Al parecer ese hecho fue un señuelo: mientras la policía se dirigía al lugar del estallido, Breivik se dirigió a la isla de Utoya, donde un partido de izquierda realizaba un campamento juvenil. Ahí el terrorista mató a 69 personas a sangre fría. Según su ideología, la izquierda noruega formaba parte del complot para sustituir a la población blanca por inmigrantes.
En un manifiesto publicado, en video y en texto, antes de los ataques, Breivik expuso su visión de Europa como territorio invadido de musulmanes. La idea de "Eurabia" estaba en su mente.
En este 2019, Brenton Tarrant, un hombre de 28 años, realizó una serie de ataques en Christchurch, Nueva Zelanda. Vestido de comando, con una cámara en el casco y armas semiautomáticas, Tarrant irrumpió en dos mezquitas, con saldo de más de 50 muertos.
Antes del ataque, Tarrant publicó un manifiesto titulado "El gran reemplazo", como el libro de Renaud Camus. La idea es la misma: los países "blancos" están amenazados por la migración musulmana.
Este sábado, un joven de 21 años llamado Patrick Crusius, también con ropa de comando y armado con un AK-47, atacó un Walmart de El Paso, Texas. La cifra de muertos va en 22. Igual que con Breivik y con Tarrant, Crusius publicó un texto. Según él, sus acciones fueron una respuesta a la "invasión hispana de Texas" y tuvieron como modelo los ataques a las mezquitas de Nueva Zelanda.
Estos terroristas supremacistas y racistas comparten un rasgo ideológico: se ven a sí mismos como defensores de su raza y su cultura. Sus atentados serían una respuesta individual a una conspiración global. Serían soldados en contra del llamado "Nuevo Orden Mundial".
McVeigh veía al gobierno federal estadounidense como el enemigo. Breivik detesta la Unión Europea y los organismos internacionales. Tarrant abomina de la inmigración de musulmanes. Crusius apunta contra los hispanos.
Europa y Estados Unidos fueron alguna vez centro de potencias imperialistas, volcadas hacia afuera, con el objetivo de dominar más y más territorios, más y más recursos, incorporando, segregando, "civilizando" o incluso exterminando a las poblaciones de sus colonias.
No les importó la muerte casi hasta la aniquilación de la población precolombina en América, las masacres y la explotación de los africanos, la dominación en Medio Oriente, Asia y Oceanía, las guerras mundiales provocadas por su ambición imperial, la extracción de recursos, la eliminación culturas y lenguas, la rapiña, la esclavitud, la servidumbre, la destrucción.
Pero ahora surgen en Europa y Norteamérica grupos que no soportan la migración desde esas mismas regiones. Ven con horror la llegada de los diferentes, los distintos, los otros.
Es tal el grado de enajenación de los grupos de ultraderecha, que ven como el enemigo a miembros de su propia clase social, sólo porque vienen de otro país, hablan otro idioma, tiene otro tono de piel. Señalan a una élite, los judíos, los banqueros, las corporaciones, pero no luchan contra el capitalismo, sino contra los extranjeros que no son blancos.
La ideología de ultraderecha enfrenta a trabajador contra trabajador, en lugar de unirlos en una lucha internacionalista. Apela al odio, al nacionalismo, los símbolos, la religión, lo irracional, para engañar a las masas y encaminarlas a la violencia, sin tocar el sistema, sin cambiar las cosas, dejando intacta a la burguesía.
Es preocupante que, aun en la izquierda, hagan mella algunas ideas de ultraderecha. Hay izquierdistas que también apuntan contra los judíos, que también hablan de un "Nuevo Orden Mundial", que creen que las caravanas migrantes que pasan por México son promovidas por George Soros, que se busca reducir la población a través del aborto, que se dicen "nacionalistas", que caen en el antisemitismo y la xenofobia.
La ultraderecha es un producto de la mala conciencia de Europa y Estados Unidos. Es la aberración que ha surgido de una globalización que no salió como lo esperaban las potencias imperialistas. Es la barbarie que hay que padecer por no haber logrado superar el capitalismo. Es occidente ante el espejo.

domingo, 7 de abril de 2019

AMLO y los símbolos



AMLO y los símbolos
1
Según Luis Villoro, una ideología es un sistema de creencias no suficientemente justificadas que legitima un discurso político.
En México, el periodo prehispánico ha sido utilizado de manera ideológica. El empleo de los símbolos de origen mexica, como el águila y la serpiente, tuvo como finalidad política fundar una unidad y una nacionalidad creíble, aunque no justificada del todo, pues realmente no todos los habitantes del territorio descienden de los antiguos mexicas. Es una ideología centralista.
Si todos somos, de alguna u otra forma, descendientes de los mexicas, como sugiere la ideología oficial, podemos entonces pensar que la conquista de Tenochtitlán fue "nuestra" derrota. Que los que ayudaron a los españoles a derrotar al imperio mexica "nos" traicionaron. La identidad implantada por el discurso ideológico nos determina a ver a los españoles como quienes "nos" invadieron y "nos" destruyeron.
Esa identidad nacional, necesaria para lograr la unidad de la nueva nación, no casualmente llamada "México", es la raíz del nacionalismo mexicano, fuertemente indigenista, pero con un indigenismo que sirve justamente al Estado mexicano, ideológico.
Pero no todos los mexicanos somos descendientes de los mexicas, aunque nos digamos mexicanos. Los mexicas no fueron el único pueblo ni la única civilización en este territorio. Ni fueron los más antiguos ni los más desarrollados. Florecieron tardíamente, cuando otras culturas, mucho más antiguas, ya se habían apagado siglos atrás, como los olmecas o los mismos mayas.
No todos los pueblos prehispánicos fueron conquistados por los españoles. Algunos ya habían decaído, otros se habían esfumado, como los teotihuacanos, que sólo dejaron sus imponentes pirámides y ruinas.
México fue un invento de los independentistas del siglo XIX. De todo el pasado prehispánico se tomó lo mexica, que era lo más reciente, además de que la capital del virreinato se fundó sobre el lago de Texcoco. Llamarle "México" al naciente país era, de alguna manera, invocar a los espectros venerables para fundar algo nuevo. Pero no a todos los espectros, ni a todos los vivos.
México sería el país de los descendientes de los mexicas, que seríamos todos. Ideológicamente, en épocas en que el objetivo era independizarse de España y contrastarse con ella, el imperio mexica, destruido tres siglos antes, sirvió para alimentar el discurso. España, que intentó recuperar su colonia y siguió siendo una amenaza por décadas, tuvo que ser pintada como el peor enemigo. Y la caída de Tenochtitlán y los agravios y crímenes de la Conquista sirvieron para legitimar el nuevo statu quo, el nuevo Estado, el nuevo país independiente.
La identidad, que propicia la unidad, determina la forma en que la historia se enfoca, se estudia y se interpreta. La civilización mexica, que practicó el imperialismo, sometió pueblos y tuvo una religión sangrienta, fue idealizada, romantizada. Los españoles fueron los malos, los victimarios. Los indígenas (es decir, los mexicas) fueron los buenos, las víctimas.
2
Un indígena actual en México tiene una identidad extraña, es un extranjero en su tierra. Se le "otorga" el estatus de "mexicano", descienda o no de los mexicas, hable o no una lengua nahua. Se le dice que es parte de la nación, del país, pero no se le integra. Ni en el sistema educativo, ni en el jurídico, ni en las señales de tráfico, ni en la televisión o la radio está su lengua. En la historia oficial de México, la historia de su pueblo no aparece u ocupa un párrafo escrito a toda prisa.
Está segregado. Si quiere sobrevivir, debe dejar su tierra, su lengua, sus costumbres. Para muchos, eso sería "civilizarse", adaptarse, amoldarse. Para él es dejar de ser lo que es. Se le culpa de su pobreza, sin reparar en que se le dan dos opciones: o se desprende de lo suyo o perece. Es la opción de los colonizados.
Todo pueblo conquistado tuvo esas dos mismas opciones. O se "civilizaba", es decir, dejaba su cultura, su tradición, su lengua y su forma de vida y adoptaba la del conquistador, o moría, era exterminado, expulsado, aislado.
Los indígenas siguen en un estado de colonización. Eso choca con la ideología oficial, que nos dice que México es un país independiente. En realidad, para los pueblos indios se trató de un cambio de autoridad central opresora. De los españoles a los criollos ahora también hay opresores mestizos y alguno que otro indígena "civilizado".
3
Miguel Hidalgo utilizó a la Virgen de Guadalupe para levantar a los indios contra los españoles. Ese símbolo, que había servido para colonizar, le sirvió a él para llamar a la rebelión.
El águila y la serpiente les sirvieron a los independentistas para lograr una unidad nacional, tomando los elementos de la mitología mexica y formando un discurso ideológico en el que, tácitamente, todos los mexicanos tenemos un pasado común, lo cual no es preciso.
Pero esa unidad nacional ha servido también para continuar el dominio, la exclusión y la opresión de los pueblos indígenas actuales. Lo indígena convertido en ideología y discurso de Estado es ahora la armadura simbólica del régimen estatal, que continúa no sólo sometiendo, sino condenando a los indios al exterminio.
Cuando AMLO exige al rey de España pedir disculpas se muestra como lo que es, un mestizo nacionalista, un mexicano convencido de su identidad, alguien que reproduce la ideología oficial, en apariencia y simbólicamente indigenista. Busca un desagravio para "México", ese Estado inventado en el siglo XIX.
Pero los pueblos indígenas no tienen como enemigo, aquí y ahora, al rey de España, sino al sistema económico, el régimen político y la segregación social. Todo eso en el México independiente. Son víctimas del Estado, aunque tenga la armadura simbólica de los antiguos mexicas, aunque su ideología oficial tenga elementos indígenas.
Las disculpas del rey les servirían a AMLO, a su gobierno y al Estado mexicano, con su ideología, pero muy poco a los indios.
4
AMLO es un político de símbolos, no de tecnicismos. La fuente de sus símbolos es el pasado, la historia, pero no cualquiera, sino la historia en clave nacionalista, es decir, en clave ideológica.
Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero, Zapata, Cárdenas, todos vueven como símbolos, como volvieron alguna vez los mexicas, para legitimar un régimen.
No importa que en su regreso vuelvan idealizados, romantizados, lo importante es la función que cumplen como armadura simbólica, como parte de un discurso, de una narrativa ideológica.
Escribía Nietzsche que la historia debía servir para la vida, para la acción. Más que ser "objetiva" desde el punto de vista científico, debía ser fuente de la acción histórica. A Nietzsche le molestaba la historia académica, hecha por eruditos fríos y estériles, que nunca podrían realizar algo grande en la historia.
La historia ideológica es justo lo opuesto, es la historia hecha para la acción política, para la legitimación de los proyectos, las transformaciones y las revoluciones.
Pero la historia entonces entra en disputa. Frente a la historia de la ideología oficialista, hace falta una contrahistoria de los olvidados por esa historia.
No hay forma más profunda de olvido que aquella que se presenta como memoria. El Estado mexicano tiene un ropaje indigenista, pero nunca ha integrado a los indios. Se ha rodeado de espectros del pasado, pero no ha tomado en cuenta a los vivos. Le da vida al pasado como símbolo, pero le da muerte a una realidad presente, eclipsada por ese mismo símbolo.

domingo, 31 de marzo de 2019

Condenado por vestir de negro (I)


El 5 de mayo de 1993, en un paraje de West Memphis, Arkansas, fueron hallados los cuerpos de tres niños de ocho años de edad. Estaban atados y presentaban golpes y heridas que se atribuyeron a armas blancas. Uno de ellos había sido castrado y se especuló con que probablemente habían sido abusados sexualmente.
El caso acaparó la atención, por lo terrible de los detalles, y la policía local recibió mucha presión para dar con los responsables. La comunidad, en la que predomina gente blanca de escasos recursos y hábitos agrícolas, se mostró indignada y atemorizada pero también furiosa.
Después de algunas pesquisas, los oficiales obtuvieron una confesión por parte de Jessie Miskelley Jr., un joven de 17 años con un grado leve de retraso mental. Después de un interrogatorio que se prolongó durante más de ocho horas, Miskelley dijo a los policías que los niños habían sido golpeados, violados y ahogados en un riachuelo por Jason Baldwin de 16 años y Damien Echols, de 18.
Miskelley declaró haber participado en el crimen corriendo detrás de un niño que intentó huir. Negó haberlos golpeado, violado o asesinado. Según dijo, sólo atrapó al menor y lo llevó de vuelta con los atacantes.
Los dos acusados de múltiple infanticidio eran amigos muy cercanos, aunque también bastante diferentes. Baldwin tenía un aspecto inofensivo, era flacucho, pelirrojo, con el pelo ensortijado. Mientras que Echols era más corpulento, vestía de negro, usaba el cabello algo largo, con la parte lateral casi al ras.
La hipótesis manejada por la policía es que se había tratado de rito satánico. Los presuntos asesinos escuchaban bandas de metal y Echols, en particular, era aficionado a la Wicca, la brujería, libros de ocultismo y autores que podían ser tachados de satánicos, como Aleister Crowley.
Tanto Baldwin como Echols negaron estar implicados, pero fueron detenidos y se les levantaron cargos, con base casi exclusivamente en la confesión de Miskelley Jr., que fue juzgado primero y finalmente condenado a cadena perpetua, a pesar de que en el juicio desmintió lo que había declarado bajo interrogatorio, argumentando que lo habían presionado y manipulado para hacer una confesión falsa.
Además de lo dicho por Miskelley no había absolutamente nada en contra de los otros dos muchachos. No había restos biológicos ni ningún otro tipo de evidencia física que los vinculara con los cuerpos o con el lugar en que fueron hallados los niños.
Se determinó que Baldwin y Echols fueran juzgados juntos. Y la fiscalía no pudo utilizar la confesión de Miskelley, pues él se negó a declarar en contra de ellos dos.
Así, prácticamente sin nada, los fiscales armaron un juicio que, ahora sin la confesión de Miskelley, se basó en puras conjeturas. Se llamó al estrado a dos o tres niños que declararon que Echols había confesado el crimen y había dicho que planeaba asesinar a otros dos menores antes de entregarse.
La policía, además, halló en un lago cercano a la casa de Baldwin un puñal, que se presentó como posible arma homicida.
La fiscalía utilizó un experto en ocultismo, que aseguró que el sacrificio de niños era una práctica buscada por los satanistas, pues la sangre de menores de edad tiene más energía vital. La estrategia de la parte acusadora fue establecer un móvil y el satanismo sirvió como narrativa para vincular a Baldwin y Echols con el crimen.
Las familias de los menores culparon sin excepción a los dos acusados, pidieron la pena capital en los medios de comunicación, que convirtieron el caso en tema nacional.
Los defensores insistieron en que no había evidencia física alguna contra Baldwin o Echols. Que la fiscalía se basaba en el aspecto de Echols y sus gustos musicales y literarios. Que si él y Baldwin compartían un interés por el ocultismo o el satanismo, eso no los hacía culpables de asesinato.
Además, resultaba inexplicable por qué en la supuesta escena del crimen no habían quedado restos de sangre. En un paraje como ése donde se habría castrado y cortado a los niños, ¿cómo era posible que ni en la tierra ni en ningún otro lado hubiera rastros sanguíneos? Se especuló con que las víctimas fueron asesinadas en otro lugar y abandonadas ahí, lo que echaba por tierra la hipótesis de la fiscalía.
Al subir al estrado, Echols aceptó practicar la Wicca, leer obras de ocultismo, practicar los mensajes cifrados, poseer cuadernos o apuntes con símbolos de brujería, pero negó haber matado a los niños.
El juicio tuvo un sobresalto cuando el padre de uno de los niños regaló un cuchillo al equipo de HBO que filmaba un documental sobre el juicio. El que recibió el regalo se percató de que tenía pequeñas manchas de sangre en la empuñadura y lo entregó a la policía, que a su vez examinó los restos y llegó a un perfil que podría coincidir, aunque no exactamente, con uno de los niños, el que había sido castrado y era hijo del hombre dueño del cuchillo.
La defensa apuntó hacia el padre, que fue llevado al estrado y negó cualquier implicación, aunque no pudo evitar satisfactoriamente por qué el cuchillo tenía sangre.
Finalmente, el jurado declaró culpables de los tres homicidios a Echols y a Baldwin. El primero fue condenado a muerte por inyección letal y el segundo a cadena perpetua sin posibilidad de salir bajo palabra.
Ése, sin embargo, no fue el final del caso, sino apenas el inicio. El documental hecho por HBO y difundido en 1996 generó todo tipo de reacciones, muchas de ellas en apoyo de los condenados, que impugnaron y apelaron sus sentencias. Pronto se formaron grupos de apoyo, surgió una página de internet y no pocos viajaron a la localidad para contactar con Baldwin y Echols.
Los abogados defensores se enfocaron en las apelaciones ante todas las instancias posibles, para evitar la muerte de Echols y sacar a Baldwin de la prisión.
Así comenzaría un camino de décadas, que será tema de la siguiente reseña.
Paradise Lost: The Child Murders at Robin Hood Hills (Joe Berlinger, HBO, 1996, 2000, 2011).

La primera revolución socialista

Ejecución de Mazdak
Los papeles del doctor Annagro
I. La primera revolución socialista
Entre los siglos III y VII d. C. existió en Medio Oriente un vasto imperio, heredero del persa aqueménida. Se le conoce como imperio sasánida. Abarcaba el actual Irán, Irak, Siria, Líbano, Turquía, Israel, Egipto y partes de la península arábiga.
La religión oficial era el zoroastrismo, derivada del mazdeísmo. El fundador, Zoroastro o Zaratustra, es semilegendario. Si existió, pudo haber vivido entre el 1200 y el 600 a. C.
El zoroastrismo es monoteísta, venera al dios Ahura Mazda, creador de todo. Pero hay también una suerte de dualismo, pues se habla de Arimán, el mal, que para algunos no es un ente, sino más bien la capacidad de actuar incorrectamente, de desviarse del camino recto.
Dentro del zoroastrismo surgió una secta, conocida como mazdekismo, en el siglo V. Al parecer estuvo influida por el maniqueísmo, aparecido dos siglos antes, que postula un fuerte dualismo entre el Bien y el Mal personificados.
Mazdak habría sido el fundador de esta secta, que comenzó a ganar adeptos e influencia en el siglo VI. Un rey, Kavad I, se convirtió al mazdekismo y chocó con el clero tradicional del zoroastrismo.
Mazdak estaba de parte de los campesinos y culpaba a los nobles y al clero persas de la pobreza y la opresión de los humildes. Con presupuestos teológicos, fundamentó una política favorable a la masa popular y llegó a proponer un reparto igualitario de bienes. O serían propiedad colectiva o se repartirían de manera equitativa.
Con el apoyo de Kavad I, Mazdak impuso una serie de reformas que incluyeron el reparto agrario y la propiedad comunal de la tierra, el reparto de bienes de la nobleza y el clero, el cierre de recintos zoroastristas, el derecho a no servir en el ejército (pues el mazdekismo era pacifista) y también el amor libre.
Se provocó un caos en medio de la revolución y la nobleza y el clero zoroastrista derrocaron momentáneamente al rey, que, sin embargo, pudo recuperar al poder. Kavad I calculó que era demasiado peligroso seguir apoyando a Mazdak y lo abandonó a su suerte.
Los nobles tuvieron vía libre para acabar con los mazdekistas. Cayeron miles. Y el propio Mazdak fue torturado y asesinado. Hay quien dice que lo enterraron de cabeza, otros, que lo colgaron y lo flecharon.
Tras la represión brutal del mazdekismo, los nobles restituyeron el zoroastrismo tradicional, reinstalaron la propiedad privada, acabaron con las formas comunales de la propiedad de la tierra y prohibieron las prácticas de amor libre.
Un siglo después el imperio sasánida fue conquistado por los musulmanes de la península arábiga. Se impuso el islam y el zoroastrismo fue prácticamente borrado (hoy es seguido por un par de millones de personas, la mayoría en la India).
En varias corrientes musulmanas sobrevivió, no obstante, el zoroastrismo, de manera marginal. Y también el mazdekismo.
En el siglo IX, Babak Khorramdin, un líder militar persa, dirigió una revuelta importante contra los árabes en el califato abasí, que controlaba la región histórica del imperio sasánida. Khorramdin, cuyos seguidores fueron conocidos como kurramitas, buscó realizar una revolución inspirada en el mazdekismo, aniquilado tres siglos antes.
Khorramdin fue derrotado por traición, capturado y torturado. Se le cortaron los brazos y las piernas y se le dejó morir desangrado.
Hay quien sostiene que el socialismo de Marx tiene influencia cristiana y es probable que sea así. Pero hay que resaltar que en otras tradiciones culturales existieron credos revolucionarios e igualitarios, como el mazdekismo, que además fue llevado a a la práctica.
Es interesante también que estos movimientos revolucionarios partían de doctrinas dualistas. La dialéctica de Hegel y después la de Marx podrían verse como versiones filosóficas de principios teológicos antiquísimos, con consecuencias profundas para la praxis política.

domingo, 10 de marzo de 2019

La filosofía y la autoayuda, para colmo de Nietzsche


Estamos en una época en la que florecen los negocios de la autoayuda y la motivación.
Uno de los giros dentro de toda esa industria es la que protagonizan guías o gurús que venden libros, conferencias, talleres y cursos para personas que quieren ganar dinero, hacerse ricos, "llegar más allá", "superarse".
Esos gurús venden la idea de que la gente que quiere pero no puede hacerse rica o tener bonanza carga con miedos, complejos, traumas, prejuicios, ideas que no la dejan avanzar. Es cuando se recurre a una suerte de "psicología" mezclada con "espiritualidad" y coaching. Y se involucran elementos de diferentes tradicionales culturales, para darle un aura de sabiduría ancestral al proceso.
Así, los gurús dicen haber estudiado budismo, hinduismo, sintoísmo, jainismo, aseguran haber aprendido en la India, en Egipto, en Japón, China, Sudamérica, con los nativos norteamericanos. Eso lo combinan con un pretendido conocimiento de la psicología. Pero todo tiene como fulcro el "conocimiento financiero". Porque, a final de cuentas, no hay que olvidar que todo se trata de lograr la riqueza, de ganar más dinero, aprender a vender, hacer contactos, vínculos, tener ánimo para competir.
La filosofía también es sacada a relucir en todo esto, pues se trata de un tradición milenaria y venerable, que a todo mundo le puede resultar atractiva, aunque no sepa bien a bien en qué consiste.
El auge del eclecticismo cultural en occidente tiene aquí uno de sus motores. Las mezcla de elementos culturales diversos ha sido utilizada para vender esos libros, esas conferencias y esos cursos. Y toda la industria tiene como motivo la demanda de consejeros, guías, discursos motivacionales y recetas para "liberarse" de todo lo que no permite que las personas sean exitosas en la sociedad capitalista.
Hay un mercado grande para la autoayuda y viene a resultar que vender consejos para hacerse rico ha sido la vía por la que muchos se han hecho ricos, extrayendo dinero de gente por lo regular de clase media y alta que quiere "pasar al siguiente nivel".
El tipo de persona que aparece como cliente suele ser ambiciosa, bastante ignorante, que en su vida ha tenido como casi única meta aumentar su patrimonio, tener un negocio próspero, que crezca su cuenta bancaria, poseer más dinero y más cosas.
Pero no lo ha logrado o sólo a medias. Y, con un trasfondo individualista, lo atribuye no a factores estructurales o dinámicas económicas, sino a sí misma. No sabe de finanzas o no lo suficiente, no se ha atrevido a hacer cosas porque arrastra miedos, no ha logrado ver la ruta porque tiene una venda que tiene que arrancarse.
¿Y de dónde vendrán esa liberación y ese conocimiento? De lo que nunca le ha interesado, la cultura. Entonces habrá quien se la venda, aunque es dudoso que eso que le vendan realmente sea algo parecido a cultura. Será más bien un amasijo de símbolos, frases, amuletos, relatos, anécdotas, parábolas, fábulas, historias tomadas de aquí y de allá, hechas mercancías y presentadas de manera agradable y emotiva.
Es en este ámbito cuando la "cultura", la "filosofía", la religión y la sabiduría comienzan a parecer muy útiles, sirven para algo, para venderse y para comprarse, para ganar dinero.
Porque eso es lo que vale en el capitalismo: lo que se puede vender, con lo que se puede lucrar, lo que triunfa como mercancía. Sólo lo que entra en el esquema del lucro vale y existe.
Ya Nietzsche en su época notaba el ascenso de los "cultifilisteos", gente por demás inculta que, sin embargo, se presentaba como culta y elogiaba la cultura y la filosofía, siempre y cuando se mantuvieran como entretenimiento y justificaran su modo de vida. Porque cuando la filosofía comienza a hacer preguntas y a cuestionar, a amenazar lo "serio" de la vida (la dinámica de la compra y la venta, el lucro y la mercantilización), entonces esa filosofía se ha salido de control y tiene que dejarse de lado.
La filosofía para triunfar en el capitalismo debe ser no sólo inofensiva, un pasatiempo esnobista, sino que debe pasar a ser una mercancía que movilice una industria, como la de la autoayuda.
Estamos en el mundo y en la época de los "cultifilisteos". Y el mismo Nietzsche ahora es utilizado para motivar a los vendedores y los hombres de empresa.

domingo, 24 de febrero de 2019

El sueño de la razón produce monstruos


Uno de los mitos básicos de la modernidad es el de la Revolución. El dominio de la razón sobre la vida social, reza este mito, llegará por un proceso de alumbramiento único, que marcará una ruptura, un quiebre, en la marcha de la historia universal.
Se derribarán los atavismos, las opresiones, caerán los dominantes y se inaugurará una nueva época, de libertad, fraternidad e igualdad entre los hombres. La Ilustración, con su optimismo en la capacidad racional y su fe en el progreso, que se expresó filosóficamente con Leibniz, Kant y Hegel, por ejemplo, impulsó la lucha contra el "Antiguo Régimen", que cayó en Francia en 1789.
Pero la Revolución Francesa derivó pronto en el Terror de la guillotina, la dictadura de Robespierre y las acusaciones de Marat. "La revolución, como Saturno, devora a sus hijos" expresó Danton, el revolucionario que después fue guillotinado, como muchos otros.
La Revolución fue perseguida durante todo el siglo XIX. Por doquier fueron derrocados o impugnados los reyes y los nobles. Pero si esas revoluciones fueron encabezadas por la burguesía, pronto apareció también el movimiento obrero, que fue delineando su propia agenda revolucionaria. Marx será el gran apóstol de esa nueva Revolución, más radical.
El siglo XX fue siglo de revoluciones. México tuvo la suya y Rusia emprendió la más importante por las repercusiones mundiales que produjo.
Pero después de Lenin vino Stalin, el gulag, las purgas, la omnipresencia del marxismo no ya como ideología revolucionaria, sino ideología de un Estado omnipresente. Y, en el otro extremo, como reacción radical, surgieron los fascismos, que se presentaba a sí mismos también como revolucionarios.
Los sueños de la razón habían parido monstruos, cuyo choque dejó decenas de millones de muertos y una destrucción nunca vista.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la revolución recobró vigencia. China tuvo la suya. Y con Mao se vivió el "Gran Salto Adelante" y, después", la "Revolución Cultural", en la que la revolución, otra vez, devoró a sus hijos.
La revolución llegó también al Tercer Mundo. En Corea, en Vietnam, en África y en América Latina.
Cuba hizo su revolución, que prendió la mecha en todo el continente. Para detenerla, los Estados Unidos patrocinaron la contrarrevolución, contra Cuba misma y contra todo el que la replicara en la región.
Después de derrocar a Batista, la revolución cubana enfrentó la invasión, se alineó con la Unión Soviética y se convirtió en un Estado con ideología oficial y con una casta burocrático-militar que controló casi todos los aspectos de la vida social. La Revolución, como sueño de la razón, siguió pariendo monstruos.
En Venezuela tenemos un eco de eso. Hugo Chávez se vio a sí mismo como el líder de una nueva revolución, la bolivariana. Con eso en mente emprendió la gran transformación, la emancipación, la liberación de su pueblo.
El líder construyó un Estado con una ideología oficial, las mismas Fuerzas Armadas se llaman a sí mismas bolivarianas y socialistas.
Muerto el líder, pasó a ser icono, como otros grandes personajes revolucionarios. Y así como Lenin, Kim Il-sung y Ho Chi Mihn, también Chávez tuvo su mausoleo y su culto oficial.
Su sucesor, Nicolás Maduro, se ve a sí mismo como el heredero, el que debe preservar a toda costa la obra de Chávez. Lo ronda un espectro, el del padre muerto, y, bajo su inyunción, su mandato, gobierna el país.
El sueño de la Razón y de la Revolución sigue pariendo monstruos.
Porque la Revolución no existe, es un sueño moderno, de la Ilustración y también del Romanticismo (dos etapas dentro de la Modernidad).
La Razón y la Revolución se convirtieron en la nueva religión, después de la muerte de dios. La libertad, la igualdad y la fraternidad siguen ahí como Formas, Ideas, que hay que traer al mundo.
Nuestra época sigue siendo moderna. Y seguirá engendrando monstruosidades.

sábado, 2 de febrero de 2019

La geopolítica de Venezuela


La idea de Maduro como dictador se instaló en el imaginario mediante una continuada y persistente campaña de desprestigio en los medios de comunicación occidentales, sobre todo privados y con base en Estados Unidos.
Repudiar el régimen venezolano se convirtió en tema de sentido común. La crisis de Venezuela pasó a ser el ejemplo de la carestía, la escasez, la pobreza y la injusticia. Los choques entre los opositores y el gobierno se presentaron como el arquetipo de la violencia ejercida por el Estado contra la gente.
Así, cualquier persona debería rechazar a Maduro. Nadie en su sano juicio podría dejar de decir que en Venezuela hay una dictadura. Se manufacturó el consenso en la opinión pública. Incluso la gente de la farándula, que suele tener arrebatos esnobistas de progresismo, ha clamado contra la tiranía.
Venezuela se ha puesto en el foco de atención, dejando de lado lo que pasa en otras latitudes y también la dimensión histórica. Tampoco se enmarca el caso en el escenario geopolítico, en el tablero de disputa mundial protagonizado por unas pocas superpotencias.
Es sólo Maduro y ya. El dictador debe caer, el tirano debe ser derrocado, el pueblo de Venezuela merece libertad. Se trata de un discurso plano, sin fondo, meramente emotivo, volitivo, inercial.
Por eso es necesario incluir en el análisis lo que está siendo omitido.
Por principio de cuentas, hay que decir que Venezuela no es ni el peor régimen del globo, ni el más represivo, ni el más autoritario, ni el menos democrático, ni el que más viola los Derechos Humanos.
Ahora que Estados Unidos se ha entrometido completamente en el tema, se podría señalar su doble discurso. Washington es aliado de teocracias absolutistas en el Medio Oriente, donde la democracia es inexistente. Pero no sólo eso, en países como Arabia Saudita se violan sistemáticamente los enarbolados Derechos Humanos. Y se trata de un país al que Estados Unidos abastece de armamento de última generación (eso vale también para varios países europeos).
¿Por qué se condena tan duramente al gobierno de Venezuela y, en cambio, se mantiene una alianza con gobiernos como el de Arabia Saudita? Esa pregunta nos conduce a la geopolítica.
Estados Unidos y Arabia Saudita, Catar, Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Kuwait son países aliados desde hace décadas. La primera gira internacional de Donald Trump como presidente tuvo como uno de sus destinos, justamente, Riad, la capital saudí, donde se pudo ver al mandatario norteamericano departiendo con la nobleza, festejando, incluso bailando con espadas.
En cambio, en esa misma zona, Estados Unidos tiene ríspidas relaciones con Irán, una república islámica con rasgos igualmente teocráticos, y con Siria, una república con un régimen claramente autoritario. Invadió Afganistán, para derrocar a los talibanes, e Irak, para acabar con el régimen de Saddam Hussein. Igualmente, participó en la guerra civil en Libia, que terminó con la muerte de Muamar Gadafi.
¿Qué tienen en común Arabia Saudita, Catar, Emiratos Árabes Unidos y Baréin? Que son aliados de Washington. ¿Y qué tenían en común Irán y Siria? Que son aliados de Moscú.
Venezuela también es aliado de Rusia. Y eso podría llevarnos a la respuesta de por qué se enfoca su caso, sobre otros peores, como los de la península arábiga.
El régimen de Venezuela es visto por Estados Unidos como enemigo, no tanto porque atente contra la libertad, sea antidemocrático o represivo, sino porque está alineado con Rusia.
Estamos en una suerte de segunda parte de la Guerra Fría, sólo que ahora no tenemos un trasfondo de ideologías, con el capitalismo y el comunismo enfrentándose, sino la desnuda y descarnada lucha global por la supremacía, por controlar zonas, territorios, recursos, población.
Estados Unidos y Rusia ya han tenido sus enfrentamientos indirectos, como durante el siglo XX.
- En Libia, Estados Unidos y la OTAN apoyaron a los rebeldes, mientras Rusia y China se limitaron a protestar por la intervención.
- En Siria, Estados Unidos buscó repetir el guion aplicado en Libia, sólo que esta vez Rusia y China vetaron cualquier resolución contra Damasco en la ONU. Los norteamericanos armaron a los rebeldes, entre los que hay grupos fundamentalistas, y la aparición de ISIS acaparó la atención. Bashar al Asad, el presidente sirio, se mantiene, con apoyo directo de los rusos.
- En Irán, los norteamericanos han recurrido a las sanciones económicas, la propaganda y los intentos de aislamiento. Pero el régimen de Teherán tiene control de su territorio y de sus fuerzas armadas, además de que cuenta con el respaldo de Moscú.
- En Ucrania, los norteamericanos y los europeos buscaron atraer a ese país a la órbita de la OTAN y la Unión Europea. Los rusos reaccionaron con la anexión de Crimea y el apoyo a milicias que se rebelaron en el este, declarando repúblicas autónomas.
Ahora en Venezuela, los norteamericanos intentan derrocar a Maduro y apoyan a Juan Guaidó, al que ya reconocieron como presidente encargado. En eso la Unión Europea les ha seguido el paso, junto con los países latinoamericanos más poderosos, como Brasil y Argentina, ambos con gobiernos de derecha.
Se trata de hacer retroceder a los rusos, de golpear a sus gobiernos afines y achicar su esfera de influencia. Es una típica confrontación global de potencias imperialistas, como en las fases que terminaron con las dos guerras mundiales o durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo pasado.
Después de la caída de la URSS, Estados Unidos gozó de algunos años de supremacía unipolar. Pero con la llegada del nuevo milenio y de Putin al Kremlin, Rusia ha buscado reconstruir su posición. Los norteamericanos han buscado impedirlo y han pasado a la ofensiva en varios frente, como los referidos.
En ese juego debe entenderse el caso de Venezuela. No se trata tanto de que Maduro sea dictador o no, sino de que es un alfil de los rusos en el continente americano, como lo fue Cuba de los soviéticos. Eso debe quedar claro, porque la denuncia del imperialismo estadounidense suele ir acompañada de un silencio sobre el imperialismo ruso.
América Latina ha sido territorio del imperio norteamericano, que ha cuidado lo que ve como su esfera de influencia por todos los medios. Durante toda la Guerra Fría, Washington se empeñó en evitar que llegaran a poder movimientos que pudieran acercarse a la esfera soviética. Así se explica la hostilidad contra Cuba, pero también el apoyo y patrocinio de golpes de Estado y dictaduras en casi todos los países sudamericanos. El caso de Chile con Pinochet es paradigmático, pero no único. Es una realidad histórica, aunque no tan conocida, habrá que preguntarse por qué.
En Venezuela, los norteamericanos ya apoyaron un golpe de Estado contra el finado Hugo Chávez, en abril de 2002. Y desde entonces han mantenido vínculos con la oposición.
Para Estados Unidos es imperativo "limpiar la casa" de gobiernos vistos como adversarios, por sus lazos con Rusia, la superpotencia rival. Venezuela, Bolivia, Cuba, Nicaragua, son los países "enemigos". Ahora, con el apoyo de Argentina, Colombia y Brasil, los norteamericanos emprenden la limpia y habrá que ver hasta dónde llegan.
No es que en Venezuela no haya un gobierno con rasgos autoritarios, que tramposamente le dio vuelta a una elección desfavorable. Y no es que en Venezuela no haya una crisis económica gravísima. Es más, no es que en Venezuela no sea lo mejor convocar a otras elecciones e incluso que Maduro deje el poder. Lo que se está exponiendo es que detrás de todo eso aparente y particular hay un contexto geopolítico que se debe tomar en cuenta.
Ni Rusia ni Estados Unidos son libertadores, son imperios. En este momento un grupo de países está en la órbita norteamericana y otro está en la órbita rusa. La iniciativa la tienen los primeros, en otro momento la tuvieron los segundos. Bolsonaro y Macri llevan la batuta, con el respaldo de Trump, como hace unos años Chávez, Evo Morales, Néstor Kirchner y Lula la llevaron.
Son ciclos, fases, reflujos. Se gana y luego se pierde, se construye y se destruye, se avanza y se retrocede. América Latina es una región secundaria sometida a las marejadas del juego geopolítico principal, como todo el Tercer Mundo.