Quizá uno de los aportes más
importantes de Karl Marx haya sido su distinción entre “valor de uso” y “valor”
o “valor de cambio”. El primero es aquel que satisface cualquier necesidad
humana. Es más cercano a las características “naturales” del objeto que lo
porta. Un trozo de tela tiene un valor de uso que reside en que sus propiedades
físicas le permiten cubrir una necesidad de abrigo, por ejemplo. Un trozo de
carne cubrirá necesidades nutricionales. No importa que esas necesidades sean “básicas”
o no, Marx reconocía la complejidad de lo humano. Un perfume podrá ser un
artículo de lujo, pero satisface una necesidad y por tanto tiene un valor de
uso. Es más, podemos alejarnos un poco de la base de lo “natural” y pensar en
un teléfono. Tiene también un valor de uso, una función que tiene que ver con
una necesidad humana.
El
“valor de uso”, pues es la capacidad que tiene un objeto para satisfacer una
necesidad humana. Ese objeto puede estar muy poco o nada elaborado por el
trabajo humano o puede tener detrás una muy compleja
estructura productiva. Lo importante está en sus características y en su uso
concreto.
El
“valor”, por otra parte, o “valor de cambio”, es el que adquiere un objeto con
valor de uso cualquiera cuando tiene que intercambiarse en el mercado. Es decir,
es el que tiene un valor de uso considerado ya como mercancía. Un pedazo de
tela puede intercambiarse por alguna cantidad de carne o por una cantidad de
teléfonos, y entonces lo que los iguala no es el conjunto de sus muy distintas
características o las muy diferentes necesidades que cubren, sino, en la teoría
marxista, el trabajo socialmente necesario para producirlos.
Aunque esta
teoría del valor-trabajo ha sido impugnada, aquí sólo me interesa ese “doble
carácter” de la mercancía, como objeto con propiedades que satisface una
necesidad humana, y como objeto que ha de intercambiarse en el mercado. Para
algunos marxistas, esta segunda identidad puede ir “en contra” de la primera o,
dicho de manera más general, los imperativos del mercado o del intercambio
pueden oponerse a los valores de uso en su misma existencia.
Algunas
tendencias “ecológicas” del marxismo presentan esto más o menos de la siguiente
forma: si pensamos en un objeto como valor de uso, lo que mueve a producirlo es
la satisfacción de una necesidad, pero si lo pensamos como una mercancía, lo
que mueve a producirlo es el lucro, la obtención de una ganancia al
intercambiarlo. La producción de mercancías guiada por el afán de lucro,
ganancias, utilidades, puede amenazar incluso la “fuente” última de los valores
de uso, la naturaleza y, con ella, a la misma humanidad. De ahí que se diga que
los “valores de uso” y la vida humana estén amenazados por el sistema
capitalista, guiado por una irracional búsqueda de lucro.
Adaptando ese
esquema o tomándolo como sugerencia, uno puede pensar en la educación privada.
¿Qué es lo que mueve a un empresario o corporativo a generar un
producto-servicio como lo es una escuela privada de cualquier nivel? En el
nivel del valor de uso, diríamos que todo tendría como fondo una necesidad de
educación, pero en el nivel del valor de cambio o valor todo tendría que ver
con el afán de lucro.
En la
civilización occidental de herencia cristiana, todavía la búsqueda cruda de
ganancia no es muy bien vista, a pesar de los siglos de capitalismo. Por eso
cuando los vendedores de educación promueven su producto-servicio no nos dicen
que todo lo hacen para obtener utilidades sino, justamente, para satisfacer las
necesidades de los clientes. Y prometen hacerlo mejor que nadie. Su objetivo,
nos dicen, es educar al más alto nivel, formar seres humanos, dotarlos de las
herramientas para el futuro y todo un discurso que se apoya en el nivel del
valor de uso, pero para lograr la valorización del valor, es decir, aumentar
las ganancias.
Un marxista
podría señalar que ambas tendencias se van a oponer: si los dueños o
administradores priorizan la ganancia, podrían implementar medidas como no
pagar prestaciones a los profesores, tenerlos con un bajo sueldo, no tener a
ninguno de planta, propiciar las rotaciones de personal para que no haya
antigüedad, etcétera. Harán ahorros y entonces las utilidades serán mayores.
Pero, ¿eso favorecerá al mismo tiempo los objetivos del valor de uso, en este
caso la educación? Parece que no. Profesores en condiciones de precariedad
probablemente tengan que buscar más empleos, pudiéndole dedicar poco tiempo a
la preparación de clases o a las evaluaciones. Los imperativos de la educación
como mercancía pueden ir en contra de la educación como necesidad humana. Es
más, si crece el sistema privado y se hace demasiado fuerte, puede que muy
pocos puedan educarse y entonces la “educación humana” se habrá limitado
muchísimo.
Pensemos en
los medios de comunicación. ¿Qué mueve a una empresa a lanzar o mantener un
canal de televisión? En el nivel del valor de uso, la necesidad humana sería la
información o el entretenimiento. Pero en el nivel del valor de cambio, el fin sería
el mismo de cualquier objeto visto como mercancía: el lucro.
Un terremoto
es un desastre natural y sin duda hay una necesidad de información. La televisora, sin
embargo, no sólo informará sobre el terremoto, sino que intentará también
obtener los mayores niveles de rating por el mayor tiempo posible, imperativos
no de la información como valor de uso sino de la información como mercancía.
La televisora envía cámaras, micrófonos, reporteros y equipos de producción al
lugar de los hechos para obtener materiales audiovisuales y convertirlos en el
producto que vemos en las pantallas. En todo ese proceso no sólo se piensa en
informar sino en acaparar la audiencia.
Cuando alguien
de la Marina informó que en los restos de la escuela “Enrique Rébsamen” había
una niña con vida que se llamaba “Frida Sofía”, la televisora hizo lo que hace
cualquier entidad mercantil capitalista, esto es, producir y vender una mercancía, en
este caso un servicio-producto informativo. Se vio mucho potencial en la nota,
se le dedicó cualquier cantidad de tiempo, se repitió el nombre de la niña una
y otra vez y se le añadieron muchísimos detalles. Se logró el objetivo,
millones de personas estaban viendo la televisión, pendientes
de la niña “Frida Sofía” y esperando su rescate.
Pero así como
una escuela que se guía por el lucro puede fallar en su propósito educativo,
pues la prioridad está en los imperativos de ganancia del valor de cambio y no
en las necesidades ligadas al valor de uso, así también Televisa, buscando los
objetivos mercantiles de audiencia, falló en su misión informativa. Si allá la
educación puede ser muy mala y deficiente, acá la información se trocó en
desinformación masiva. La mercancía anuló la necesidad humana. El capitalismo genera un trastorno de identidad en los valores de uso, que pasan rápido a su opuesto, como el doctor Jekyll y Mr. Hyde.
¿Y qué dice
ahora la televisora? Recurre al discurso del valor de uso: lo único que buscaba
era informar, lo único que quería era hacer su trabajo, cumplir con su misión,
como una escuela privada nos dice que lo suyo es educar y como una empresa de
pan de caja nos dice que lo suyo es alimentar o una empresa automotriz que lo
suyo es diseñar vehículos. El capitalista se oculta tras el velo venerable del
valor de uso cuando la mercancía y sus exigencias se le han ido de las manos. No nos dice que el producto que nos ofrece ya está deformado por el carácter mercantil.