domingo, 7 de abril de 2019

AMLO y los símbolos



AMLO y los símbolos
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Según Luis Villoro, una ideología es un sistema de creencias no suficientemente justificadas que legitima un discurso político.
En México, el periodo prehispánico ha sido utilizado de manera ideológica. El empleo de los símbolos de origen mexica, como el águila y la serpiente, tuvo como finalidad política fundar una unidad y una nacionalidad creíble, aunque no justificada del todo, pues realmente no todos los habitantes del territorio descienden de los antiguos mexicas. Es una ideología centralista.
Si todos somos, de alguna u otra forma, descendientes de los mexicas, como sugiere la ideología oficial, podemos entonces pensar que la conquista de Tenochtitlán fue "nuestra" derrota. Que los que ayudaron a los españoles a derrotar al imperio mexica "nos" traicionaron. La identidad implantada por el discurso ideológico nos determina a ver a los españoles como quienes "nos" invadieron y "nos" destruyeron.
Esa identidad nacional, necesaria para lograr la unidad de la nueva nación, no casualmente llamada "México", es la raíz del nacionalismo mexicano, fuertemente indigenista, pero con un indigenismo que sirve justamente al Estado mexicano, ideológico.
Pero no todos los mexicanos somos descendientes de los mexicas, aunque nos digamos mexicanos. Los mexicas no fueron el único pueblo ni la única civilización en este territorio. Ni fueron los más antiguos ni los más desarrollados. Florecieron tardíamente, cuando otras culturas, mucho más antiguas, ya se habían apagado siglos atrás, como los olmecas o los mismos mayas.
No todos los pueblos prehispánicos fueron conquistados por los españoles. Algunos ya habían decaído, otros se habían esfumado, como los teotihuacanos, que sólo dejaron sus imponentes pirámides y ruinas.
México fue un invento de los independentistas del siglo XIX. De todo el pasado prehispánico se tomó lo mexica, que era lo más reciente, además de que la capital del virreinato se fundó sobre el lago de Texcoco. Llamarle "México" al naciente país era, de alguna manera, invocar a los espectros venerables para fundar algo nuevo. Pero no a todos los espectros, ni a todos los vivos.
México sería el país de los descendientes de los mexicas, que seríamos todos. Ideológicamente, en épocas en que el objetivo era independizarse de España y contrastarse con ella, el imperio mexica, destruido tres siglos antes, sirvió para alimentar el discurso. España, que intentó recuperar su colonia y siguió siendo una amenaza por décadas, tuvo que ser pintada como el peor enemigo. Y la caída de Tenochtitlán y los agravios y crímenes de la Conquista sirvieron para legitimar el nuevo statu quo, el nuevo Estado, el nuevo país independiente.
La identidad, que propicia la unidad, determina la forma en que la historia se enfoca, se estudia y se interpreta. La civilización mexica, que practicó el imperialismo, sometió pueblos y tuvo una religión sangrienta, fue idealizada, romantizada. Los españoles fueron los malos, los victimarios. Los indígenas (es decir, los mexicas) fueron los buenos, las víctimas.
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Un indígena actual en México tiene una identidad extraña, es un extranjero en su tierra. Se le "otorga" el estatus de "mexicano", descienda o no de los mexicas, hable o no una lengua nahua. Se le dice que es parte de la nación, del país, pero no se le integra. Ni en el sistema educativo, ni en el jurídico, ni en las señales de tráfico, ni en la televisión o la radio está su lengua. En la historia oficial de México, la historia de su pueblo no aparece u ocupa un párrafo escrito a toda prisa.
Está segregado. Si quiere sobrevivir, debe dejar su tierra, su lengua, sus costumbres. Para muchos, eso sería "civilizarse", adaptarse, amoldarse. Para él es dejar de ser lo que es. Se le culpa de su pobreza, sin reparar en que se le dan dos opciones: o se desprende de lo suyo o perece. Es la opción de los colonizados.
Todo pueblo conquistado tuvo esas dos mismas opciones. O se "civilizaba", es decir, dejaba su cultura, su tradición, su lengua y su forma de vida y adoptaba la del conquistador, o moría, era exterminado, expulsado, aislado.
Los indígenas siguen en un estado de colonización. Eso choca con la ideología oficial, que nos dice que México es un país independiente. En realidad, para los pueblos indios se trató de un cambio de autoridad central opresora. De los españoles a los criollos ahora también hay opresores mestizos y alguno que otro indígena "civilizado".
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Miguel Hidalgo utilizó a la Virgen de Guadalupe para levantar a los indios contra los españoles. Ese símbolo, que había servido para colonizar, le sirvió a él para llamar a la rebelión.
El águila y la serpiente les sirvieron a los independentistas para lograr una unidad nacional, tomando los elementos de la mitología mexica y formando un discurso ideológico en el que, tácitamente, todos los mexicanos tenemos un pasado común, lo cual no es preciso.
Pero esa unidad nacional ha servido también para continuar el dominio, la exclusión y la opresión de los pueblos indígenas actuales. Lo indígena convertido en ideología y discurso de Estado es ahora la armadura simbólica del régimen estatal, que continúa no sólo sometiendo, sino condenando a los indios al exterminio.
Cuando AMLO exige al rey de España pedir disculpas se muestra como lo que es, un mestizo nacionalista, un mexicano convencido de su identidad, alguien que reproduce la ideología oficial, en apariencia y simbólicamente indigenista. Busca un desagravio para "México", ese Estado inventado en el siglo XIX.
Pero los pueblos indígenas no tienen como enemigo, aquí y ahora, al rey de España, sino al sistema económico, el régimen político y la segregación social. Todo eso en el México independiente. Son víctimas del Estado, aunque tenga la armadura simbólica de los antiguos mexicas, aunque su ideología oficial tenga elementos indígenas.
Las disculpas del rey les servirían a AMLO, a su gobierno y al Estado mexicano, con su ideología, pero muy poco a los indios.
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AMLO es un político de símbolos, no de tecnicismos. La fuente de sus símbolos es el pasado, la historia, pero no cualquiera, sino la historia en clave nacionalista, es decir, en clave ideológica.
Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero, Zapata, Cárdenas, todos vueven como símbolos, como volvieron alguna vez los mexicas, para legitimar un régimen.
No importa que en su regreso vuelvan idealizados, romantizados, lo importante es la función que cumplen como armadura simbólica, como parte de un discurso, de una narrativa ideológica.
Escribía Nietzsche que la historia debía servir para la vida, para la acción. Más que ser "objetiva" desde el punto de vista científico, debía ser fuente de la acción histórica. A Nietzsche le molestaba la historia académica, hecha por eruditos fríos y estériles, que nunca podrían realizar algo grande en la historia.
La historia ideológica es justo lo opuesto, es la historia hecha para la acción política, para la legitimación de los proyectos, las transformaciones y las revoluciones.
Pero la historia entonces entra en disputa. Frente a la historia de la ideología oficialista, hace falta una contrahistoria de los olvidados por esa historia.
No hay forma más profunda de olvido que aquella que se presenta como memoria. El Estado mexicano tiene un ropaje indigenista, pero nunca ha integrado a los indios. Se ha rodeado de espectros del pasado, pero no ha tomado en cuenta a los vivos. Le da vida al pasado como símbolo, pero le da muerte a una realidad presente, eclipsada por ese mismo símbolo.

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