viernes, 21 de julio de 2017

Los rechazados de la UdeG y las trampas del estatus.



El examen de admisión se presenta como un instrumento de selección de los mejores aspirantes. No hay los suficientes lugares para todos, por lo que se elige a los de más alto puntaje combinado entre lo obtenido en el bachillerato y lo que se obtiene en el examen.

Por supuesto, los admitidos tienen motivo de orgullo. Pasaron el examen, obtuvieron más puntos que la mayoría. Esto se agudiza en el caso de las carreras con más puntaje, que lo son porque son las más tradicionales y las que tienen mayor demanda, como medicina, derecho, arquitectura o algunas ingenierías. Los mejores entran y los que entran a las carreras más demandadas son los mejores entre los mejores.

El proceso de admisión está nimbado por una búsqueda y obtención de estatus, en un plano evidentemente individual. Pero nosotros aquí lo enfocaremos desde otro punto de vista más estructural.

Sólo por razones heurísticas, pensemos el examen no como un instrumento de selección de los mejores, sino como un pretexto para excluir a todos los que "sobran" de acuerdo con los lugares disponibles. Nos podemos hacer preguntas como: ¿por qué existe ese número de lugares? ¿Qué determina que haya esa cantidad y no más? Estas preguntas nos conducirían en algún momento a la infraestructura existente en la universidad, a su política de crecimiento y, en última instancia, a quién decide qué construir, cómo y cuándo.

Pasamos a las cuestiones políticas. Los que deciden a dónde dirigir el presupuesto universitario destinado a la expansión de espacios son, nominalmente, los miembros del Consejo General Universitario (CGU). Sabemos, sin embargo, que en la universidad hay un "grupo hegemónico" encabezado por Raúl Padilla López y su círculo más cercano.

Y podemos enumerar una serie de obras y erogaciones que no tienen que ver con ampliar la matrícula de licenciatura, es decir, el número de lugares, sino con rubros como los espectáculos y el entretenimiento. Una muestra muy clara es la rapidez con que se construyó, por ejemplo, el Auditorio Telmex en Belenes y la lentitud del nuevo Centro Universitarios de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH) en la misma zona. De repente no parece ser el principal objetivo o el prioritario ampliar el cupo.

Más allá de eso, podemos mencionar una serie de paradojas. En el caso de los estudiantes el proceso de admisión parece bastante restrictivo, pero, ¿qué pasa en el caso de los profesores? Muchos orgullosos admitidos podrían sorprenderse al saber que los procesos de ingreso, permanencia y promoción de profesores es bastante opaco y no suele prevalecer la meritocracia. ¿Alguien ha visto una convocatoria pública para adjudicar plazas en las preparatorias o las licenciaturas?

Los profesores de prepa y de licenciatura ingresan por dedazo. Y se puede imaginar cómo es que son elegidos: son amigos, son parientes, son recomendados. No hay algo como un "examen" con resultados claros y transparentes.

Esto no quiere decir que no haya profesores muy buenos en la universidad, pero también hay unos muy malos. Eso también se presenta en el caso de los puestos directivos, que, mientras más se escala en la estructura, más "políticos" son. El jefe máximo de la universidad, el que la ha regenteado por décadas, es sólo licenciado, y tiene a sus hermanos, primos, hijos, amigos, en todo tipo de puestos. Ahí no hubo nada parecido a una selección por méritos. Es sólo tráfico de influencias.

A esta universidad ingresan los admitidos. Pero ellos, con la trampa del estatus, difícilmente se interesarán en esas cuestiones. Ellos tienen un camino individual e individualista, que no va mucho con la transformación estructural de la universidad. Si puede ampliarse o no el cupo, no es algo que les interese.

Y esa actitud es muy cómoda para los que controlan la institución. Los estudiantes ingresan y egresan de generación en generación, pero los políticos permanecen. Si en el paso por la universidad los estudiantes sólo tendrán la mira puesta en sí mismos, no serán para nada un problema.

Sintiéndose los más "inteligentes", los que tienen más "conocimientos", los "mejores", muchos admitidos adquieren una mentalidad elitista. Su situación puede llegar a ser cómica: profesores que les darán clase, administrativos y directivos que manejan sus departamentos, los políticos que toman las decisiones en la universidad, muchos están ahí por parentela, por relaciones eróticas, por intercambio de favores, por cuotas de poder.

Hay gente que es admitida, que es mantenida en las licenciaturas, que es egresada, titulada e incluida en la nómina sin que haya tenido que pasar por ningún proceso de selección.

El estatus y el individualismo de muchos admitidos viene a ser una venda perfecta para que ignoren o evadan la realidad de la universidad.

Resulta que muchos admitidos, muchos de los más “listos”, vienen a ser los más pasivos y más desinformados. Y, en ese sentido, los mejores aliados, por inacción, de una mafia que no destaca precisamente por sus méritos académicos o intelectuales. En cambio, los rechazados, los “peores”, casi los parias, pueden llegar a ser los más activos y mejor informados, una piedra en el zapato de la casta gobernante.


Las demandas de los excluidos no tienen por qué ser promotoras de la mediocridad. Sirven para poner sobre la mesa todo aquello que es ignorado por los que caen en las trampas del estatus, el individualismo y el elitismo.

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