En estas semanas la gran
nota en los espacios deportivos ha sido el traspaso de Neymar al Paris
Saint-Germain desde el Barcelona. Es un movimiento extraño. El Barcelona es un
club de primera categoría en una de las mejores ligas, la española. Y el PSG es
un equipo importante, pero en la liga francesa, que no es de las principales.
El que decidió irse fue el jugador, aun contra los deseos del club.
Es un retroceso
deportivo. Para encontrar explicaciones a la decisión de Neymar, se ha hablado
de básicamente dos motivos, el económico (va a ganar el doble de dinero) y el
deseo del futbolista por lograr en el PSG convertirse en el líder del equipo,
algo que no puede hacer en Barcelona por la presencia de Lionel Messi, el mejor
jugador del mundo.
Pero esas explicaciones
se centran en lo personal, son casi "chismes" para rellenar los
noticieros, los canales y los segmentos dedicados al fútbol. No se habla mucho
de cuestiones más estructurales. El dinero que el PSG pagará al Barcelona para
rescindir su contrato es un buen hilo para ir desenmarañando la madeja. Serán
más de 200 millones de euros, un nuevo récord en la historia de los traspasos
más caros.
La pregunta por el origen
de todo ese dinero nos lleva a la pregunta por los dueños del PSG. ¿Quién puede
permitirse pagar eso? La respuesta es reveladora: el gobierno de Catar, que es
el propietario, a través de un fondo de inversión, del club parisino, desde el
año 2012.
Apenas se hicieron del
control del club, los cataríes inyectaron grandes sumas de dinero en la contratación
de jugadores estelares. Zlatan Ibrahimović, Javier Pastore, Edinson Cavani,
Ezequiel Lavezzi, Ángel di María, entre otros muchos, llegaron al equipo. El
PSG comenzó a tener logros, si bien no ha conquistado la Champions League, el
objetivo de todos los grandes clubes de Europa.
El dinero del PSG viene
de Catar. Y el dinero de Catar viene de la exportación de hidrocarburos. Es uno
de los países con mayores reservas de petróleo y gas, y también es muy rico en
minerales. Su gobierno es una monarquía absoluta y es un país polémico por su
evidente atraso en el respeto a los Derechos Humanos.
Lo del PSG, si embargo,
no es un caso único. Hay un antecedente muy claro en un equipo de la liga
inglesa. el Chelsea. Este club de Londres era un segundón que sólo había ganado
una liga hasta que en el año 2003 fue adquirido por el millonario ruso Roman
Abramovich. Con su dinero, llegaron jugadores y entrenadores y el Chelsea
comenzó a ganar campeonatos. De 2003 para acá ha ganado cinco ligas inglesas y
ya conquistó una vez la Champions League, en 2011. Hoy es un club que siempre
es considerado favorito en todas las competiciones.
Así como los cataríes, el
dinero del ruso Abramovich proviene de los hidrocarburos. La privatización tras
el colapso de la Unión Soviética le permitió hacerse de empresas y nichos de
negocio antes reservados para el Estado. Tiene un patrimonio de más de 8 mil
millones de dólares.
Pero quizá de más alcance
que Catar o que los empresarios rusos es lo que están haciendo los chinos.
Clubes como el Atlético
de Madrid, el Espanyol o el Manchester City son propiedad en parte de
inversionistas asiáticos. A veces son empresarios y a veces es el propio Estado
chino el que está invirtiendo en el fútbol europeo.
El caso más importante es
el del AC Milan, uno de los equipos más importantes de Italia. Este año, el
empresario Li Yonghong se hizo del control del equipo, que antes estaba en
manos del polémico millonario y político Silvio Berlusconi.
Esta entrada de capitales
foráneos al fútbol europeo es un síntoma de los cambios geopolíticos y
geoeconómicos. Si Europa fue alguna vez el continente de los grandes imperios,
ahora parece ser objeto de la codicia de los inversores globales, cuyos centros
ya no están en el mundo occidental, sino en Asia, en el oriente, en la Europa del
este. De Rusia, de China, de Catar, de Arabia Saudita, de ahí viene el dinero,
el poder.
El fútbol está siendo
alterado. Clubes que antes no figuraban ahora ganan campeonatos en las ligas de
cada país y también en las ligas europeas. Jugadores y entrenadores de élite
cuyo lugar natural estaba en los grandes clubes con historia y tradición, como
el Real Madrid, el Barcelona, el Manchester United, el Bayern Munich o la
Juventus, ahora aparecen en equipos que no tendrán esa prosapia, pero sí
muchísimos recursos económicos.
El Chelsea ya demostró
que puede irrumpir en los campeonatos que antes sólo ganaban los clubes
tradicionales. El PSG quiere seguir ese camino. Puede llegar el momento en que
las finales de la Champions League sean disputadas por este tipo de clubes,
relegando a esos otros grandes. Si el PSG puede llevarse a Neymar, una de las
máximas estrellas del Barcelona, se difuminan los límites.
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