jueves, 28 de junio de 2018

AMLO, la retórica y la dialéctica


Fue Aristóteles el que distinguió entre la retórica y la dialéctica. Llamó a la primera "antístrofa" de la segunda, es decir, su opuesta, pero en una oposición que hace contrapunto, que complementa.
La dialéctica es más del diálogo, de uno a uno, es propia del debate. Una de sus herramientas es la erística, el arte de combatir discursivamente.
La retórica, en cambio, es el arte del discurso. Aristóteles la dividió en tres tipos: epidíctica, la deliberativa o política y la forense o judicial.
La primera trata sobre el presente y se dedica a alabar o vituperar algo o a alguien. Es más estética, más poética. La segunda trata sobre el futuro y se trata de convencer al auditorio sobre hacer o no hacer algo en el ámbito público. Es la de los políticos. La tercera versa sobre el pasado, sirve para demostrar si algo pasó o no. Es la de los juristas.
La oratoria es la práctica de la retórica, que es más bien un ámbito teórico. Puede haber muy buenos retóricos, pero que no sean buenos oradores. Y puede haber muy buenos oradores, de talento innato, que no sepan mucho de retórica.
López Obrador es un político, lo suyo es la retórica deliberativa. Y en él se hace patente la diferencia entre retórica y dialéctica. Él no es tanto un retórico como un orador. Y el ámbito práctico que cultiva es el discurso público frente a las multitudes, el mitin.
Y no es bueno en la dialéctica. Eso se vio en los debates. No está hecho para el intercambio rápido de ideas, a preguntas expresas y directas, a cuestionamientos. No domina la erística, la esgrima verbal. Lo suyo es más el soliloquio frente a la masa que escucha y vitorea.
Es una cuestión cultural. La dialéctica, la erística y el debate tienen más tradición en el ámbito anglosajón. En Estados Unidos y en el Reino Unido el sistema escolar incluye los concursos de debate. Hay quien liga eso con el fortalecimiento de la democracia. Aquí en México, a partir de la apertura de los años noventa, los debates se han ido incluyendo en la formación académica, pero sobre todo en la educación privada influida por el sistema anglosajón.
En cambio, en América Latina tienen más peso la retórica y la oratoria. El tipo de líderes latinoamericanos, que suelen ser carismáticos y "populistas", en el sentido de que arrastran a las masas, conectan con ellas y se vuelven sus líderes o caudillos, es más de la tradición latina de los grandes oradores.
Si aquí no ha habido muchos concursos de debate, en cambio sí los ha habido de oratoria. El PRI fue el gran impulsor de este tipo de discurso. Los presidentes del antiguo régimen tricolor eran todos muy buenos oradores, no tanto buenos dialécticos.
La dialéctica requiere de interlocutores. Los debates que organiza el INE son dialécticos, aunque políticos como López Obrador actúen en ellos como retóricos, aprovechando su tiempo no tanto para responder preguntas como para pronunciar un discurso.
Los cambios en México, su aproximación a Estados Unidos, su aculturación incluso, exigen líderes dialécticos y no ya tanto oradores. Anaya, por ejemplo, es un buen dialéctico, pero no convence como orador. Él es de una generación de políticos nuevos y de cierto sector que se desempeñan mejor en ambientes cerrados y de uno a uno. No tanto frente a miles de personas desde un templete, en la calle, en el quiosco.
López Obrador es un político latinoamericano y mexicano más tradicional. Cuando habla frente a miles no se nota. Le sale natural. Ahí reside su carisma, su popularidad.
Y también ahí residen los resquemores que genera. Las élites "modernizadoras" lo ven como una amenaza, como un espectro, como algo siniestro, que viene de un país que pretendían haber sepultado. Lo llaman "populista", "mesías", dictador en potencia. No, es sólo que es un orador, un político de masas, de tipo latino no un dialéctico de corte anglosajón.
No quiere decir que no sea demócrata. Más bien habría que hablar de tipos de democracia. La democracia anglosajona es la de los individuos, no la de las multitudes. Las élites aculturadas de México quisieran una democracia anglosajona, no una democracia de tipo latino. Quieren políticos en mesas de debate, no en plazas públicas.
El triunfo de AMLO es el triunfo de la retórica y la derrota de la dialéctica. El triunfo del tipo de democracia latinoamericana y la derrota del tipo de democracia anglosajona. Ciertamente es un triunfo del pasado, pero sobre un presente dominado por el norte.
La democracia de multitudes con líderes carismáticos espanta a las élites. Y las espanta porque en esa democracia ven la ruptura del líder carismático que tiene detrás a las masas. Ellos quisieran lidiar con líderes en corto, con los que pudieran dialogar y a los que pudieran controlar. El orador les resulta temible, el dialéctico les resulta maleable.

2 comentarios:

  1. Muy buen artículo, podría ser un excelente wnsayo

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  2. Muy interesante, poder apreciar las características de los candidatos y ampliar el horizonte sobre el que se les critica, visto como retórica y dialéctica me parece un análisis bastante bueno.

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