sábado, 9 de junio de 2018

Donald Trump y la estructura centro-periferia


Aunque aquí a Trump se le pinta como a un malvado, él se ve a sí mismo como un justiciero que combate el mal.
En su ideología, el mal viene de fuera, particularmente del sur. Y no es difícil entender el porqué de esa impresión. Los carteles mexicanos han inundado de drogas las ciudades norteamericanas. Es su gran negocio. Y junto con las drogas hay pandillas, hay robos, hay adicciones, hay homicidios, hay violencia. En gran medida, Donald Trump, como fenómeno político, es un efecto del narcotráfico y la migración ilegal mexicana hacia Estados Unidos.
El muro es un símbolo contra esa actividad delictiva. Se trata de defenderse de los malos, de evitarles el paso, de mantener a raya el peligro. Si Estados Unidos es una casa, Trump es el granjero que vigila desde el porche con rifle en mano.
El narco tiene como base una diametralmente distinta realidad: la de Estados Unidos, el país más poderoso y con la economía más grande del mundo, y la de México, su vecino, un país de tercer mundo con más de 50 millones de pobres. Los carteles florecen en las condiciones sociales complicadas de México y con el mercado norteamericano a un lado, tan grande. Ahí también consiguen fácilmente las armas. Esto ha provocado que el Estado mexicano no sea capaz de combatir a los grupos armados.
El problema entonces no es sólo de "afuera", como lo retrata la ideología de Trump, es de adentro también y, más allá de esos adentros y afueras, se trata de un problema de la relación entre una superpotencia, el centro, y la periferia. Esta estructura centro-periferia es la base explicativa de fenómenos como el narcotráfico y sus derivados.
Trump es el presidente de la potencia del centro que ve como amenaza a la periferia. Ésa esa una diferencia con otras épocas, en las que el centro veía a la periferia como un lugar a colonizar, no como un lugar del cual protegerse. Las potencias del centro nunca se han preocupado en que la periferia se desarrolle, sino más bien en explotarlas, regirlas, controlarlas. El desarrollo desigual, como se ha sugerido, ha estancado a millones en la pobreza y ha presentado la migración al centro o el tráfico de sustancias ilegales hacia ese centro como una oportunidad para salir de las duras condiciones periféricas.
Vemos algo parecido en Europa, el centro de la civilización occidental. Las derechas allá quieren también cerrar sus países, frente a las amenazas que vienen de fuera, en especial de Medio Oriente. Esas derechas parecen olvidar que los problemas de Medio Oriente en gran medida son causa del intervencionismo, el imperialismo y el colonialismo europeos. Siria e Irak fueron una creación británica y francesa. Arabia Saudita se fundó con apoyo inglés. La división de Israel y Palestina fue una ocurrencia occidental.
Todo muro es inútil. La población periférica se mueve al centro. Las mercancías ilegales también. Se necesita mover la riqueza desde el centro hacia la periferia de cualquier manera. Trump esto lo ve como una injusticia contra su país, ignorando que durante siglos ha sido al revés: los centros han explotado la riqueza de la periferia, con el imperialismo y el colonialismo.
Trump ve como una amenaza maligna lo que sólo es el efecto de una condición estructural global, la del centro-periferia. Él no es un paladín del bien y la justicia, es más bien un Quijote que trata de combatir monstruos donde sólo hay una dinámica sistémica.
Trump no es malo, sólo es un ignorante, de lo que es y ha sido su país globalmente, de lo que es y ha sido México y el Tercer Mundo, de las causas y los efectos, de cómo funcionan las cosas.
El problema es que está en el poder, que millones lo pusieron ahí, arrastrados por un discurso mistificado y falso. La izquierda, que suele tener el discurso objetivo y exacto, fue vencida otra vez por los prejuicios y los arrebatos, las emociones y los rencores. Es la historia de las democracias de la modernidad.

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