sábado, 3 de marzo de 2018

Federici en el CUCSH



La conferencia de Silvia Federici fue hasta cierto punto improvisada, de formato libre. Ella no leyó sino que fue conectando temas como en una charla. De cualquier forma, pudo notarse claramente el tipo de feminismo que propone.
Se trata de un feminismo que denuncia lo sistémico y le pone nombre, es el capitalismo. Es un feminismo con base histórica, económica, política. Federici es una autora marxista, crítica, con aportaciones propias, que ha abierto nuevos caminos de discusión dentro del marxismo y dentro del feminismo.
El núcleo de su propuesta teórica es la reconstrucción de una etapa primigenia del capitalismo que se conoce como "acumulación originaria", en el tránsito del feudalismo a la sociedad capitalista. En el marxismo, se trata de un periodo con antecedentes desde el siglo XIV o XV, pero que se acelera en el siglo XVI y hasta el siglo XVIII.
La conversión del feudalismo en capitalismo es una historia de despojo. El caso paradigmático es la propiedad de la tierra. El siervo feudal no es propietario de la parcela que le toca, pero tiene derecho a cultivarla y trabajarla y a subsistir gracias a ella. Está atado generacionalmente a su terruño, no es nada fuera de él, y a su señor, a quien sirve.
El capitalismo rompe con la servidumbre, convierte al señor feudal en propietario privado, la tierra se vuelve enajenable, y el siervo pasa a estar "libre" para convertirse en asalariado. Se forma toda una capa de desposeídos, que vagan por los caminos, sin tierra, sin señor y sin medios de subsistencia. Son el ejército de futuros proletarios, que sólo poseen su fuerza de trabajo para vender.
Federici agrega a esta historia la cuestión de la mujer. La caza de brujas, como ella la expone, es la manera en la mujer es sometida a las nuevas condiciones de producción. La mujer tiene que ceñirse al ámbito doméstico, para que cocine, lave, limpie, conciba y cuide a los hijos, mientras el varón vende su fuerza de trabajo como asalariado. La diferencia es que la mujer no recibe una remuneración y es dependiente del varón, su marido en una familia monogámica.
De suerte que la familia nuclear patriarcal se vuelve un requisito indispensable para la sociedad capitalista. El varón obrero, campesino, asalariado, es un subordinado del capitalista y el terrateniente, su salario es la fuente de ingreso de la familia y la configura. No tiene sólo un significado económico sino también político y estructural.
El salario que el capitalista paga al trabajador hace de este último el "jefe" de familia. La mujer y los hijos dependen de ese salario que él recibe. Y entran entonces en una relación de dependencia. Si fuera de la casa, en la producción, el burgués es el patrón del obrero pues el propietario de los medios de producción y el que paga el salario, dentro de la casa el asalariado es el patrón de la mujer, una trabajadora no remunerada, y de los hijos, completamente a su merced.
Hay, pues, una continuidad entre el afuera y el adentro del ámbito doméstico. La violencia estructural de la explotación capitalista se viene a reproducir en la casa. Y así debe ser para que funcione todo el sistema. Si la mujer no realiza el trabajo doméstico, el asalariado no tiene forma de vender su fuerza de trabajo al burgués.
Si la mujer se rehúsa a cumplir con sus labores, es violentada por el varón, que es más que su patrón, casi su dueño. La mujer debe ser sumisa, debe cumplir con su trabajo doméstico y también debe cumplir con su trabajo sexual, según el ritmo que marca el varón.
La vida de la mujer está administrada por el "jefe" de familia, no es propiamente dueña de su cuerpo, que debe emplear para trabajar sin remuneración por su condición dependiente, que debe poder para parir y así reproducir a los miembros de la clase trabajadora, que debe poner para satisfacer el erotismo del marido. Ni su cuerpo, ni su erotismo, ni su sexualidad, ni su tiempo, todo está en manos del asalariado. La violencia es algo latente que se desata cuando el "jefe" no está contento con todos los trabajos que debe realizar la mujer. Igual en caso de los hijos.
La familia configurada en el contexto del capitalismo es esencialmente violenta, desigual e injusta, como el sistema mismo. Existe en y para ese sistema.
El feminismo de Federici es anticapitalista. El anticapitalismo de Federici es feminista. Ella no está interesada en hacer señalamientos individualizados o que demonizan a los varones por ser tales. Lo que señala es la masculinidad troquelada en el marco de las relaciones capitalistas. Su denuncia es estructural. Su activismo de género tiene perspectiva de clase.

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