domingo, 9 de septiembre de 2018

La escalera





Luchó en Vietnam. Después de la guerra había vivido en Alemania con su primera esposa. Tuvo dos hijos. Un vecino suyo también era militar, estaba casado y tenía dos hijas. Los matrimonios hicieron amistad.

En 1983, la revolución socialista llegó a la isla de Granada. Fuerzas cubanas, con asesoría china y soviética, tomaron el poder. Estados Unidos intervino, su vecino fue llamado a combate. Falleció. Sus hijas quedaron con su madre, que poco después murió también, de un derrame cerebral y una caída.

Al ver la desgracia de sus vecinos y amigos, decidió adoptar a las niñas, eran bebés. Se mudó a Estados Unidos. Se divorció, con sus dos hijos biológicos y sus dos hijas adoptivas se juntó con otra mujer, que tenía una hija. Se convirtió en novelista, logró cierta fama, buscó ser alcalde de su ciudad, no lo logró. Llegó a la madurez.

Con su segunda mujer habitaba en una casa grande, con piscina y jardines. Una noche después de unas copas y una charla en la terraza descubrió a su mujer al pie de las escaleras, en un charco de sangre. Llamó a emergencias, pero no pudieron salvarla. Murió desangrada. Él lo atribuyó a una caída. La policía lo acusó de homicidio.

Su matrimonio parecía perfecto, pero en el curso de las investigaciones saldría a la luz un aspecto oculto de su personalidad. Era bisexual. Fantaseaba con militares gais. Tenía encuentros sexuales, contrataba acompañantes. La fiscalía utilizó eso en el juicio para demostrar que su matrimonio no era perfecto y que pudo haber un motivo para que matara a su esposa. La prensa se volvió loca.

Se trajo a cuento que aquella amiga suya, que había perdido a su esposo en batalla, había muerto de una caída y que su cuerpo había sido también descubierto en una escalera, con el cuello roto. Habían pasado dieciocho años, pero la coincidencia levantó sospechas. Desenterraron el cadáver, le hicieron otra autopsia, dijeron que había sido homicidio. Lo señalaron como probable responsable.

Se dijo que había mentido en sus antecedentes militares. En sus novelas y en sus discursos políticos había escrito y dicho que lo habían herido en batalla. No era verdad, fue sólo un accidente de Jeep.

Bisexual, mentiroso, con una amiga muerta, los acusadores lo habían pintado como un potencial asesino.

Las heridas de su segunda mujer eran inexplicables, no concordaban con una caída. Tenía cortes, la sangre era abundante, se reforzó la hipótesis de una golpiza.

Lo condenaron a cadena perpetua. Apeló, lo rechazaron.

Tenía ya varios años en la cárcel cuando surgió una nueva hipótesis: a su esposa la había atacado un búho. Muchos se burlaron, pero los forenses hallaron restos de plumas en el cadáver. Las heridas, que parecían inexplicables, ahora tenían una causa. Ella había muerto por las garras de un ave rapaz, se había golpeado además en la escalera y se había desangrado.

Lo liberaron después de catorce años.

La justicia necesita resolver cada muerte humana. O su mujer se había caído o él la había matado. La defensa se esforzó, con peritos, animaciones y argumentos, en mostrar que se había golpeado en un accidente. La fiscalía, con forenses, expertos y explicaciones, intentó demostrar que se había tratado de un ataque con un atizador de chimenea. Fueron meses y meses de alegatos. Ni unos ni otros tenían la verdad. El jurado tuvo que decidir entre dos opciones. Y votó por la condena.

Contra el aparato del derecho y de las instituciones humanas, la causa había sido salvaje, como salvaje es la naturaleza: en la noche un ave rapaz había confundido la cabellera de una mujer con una presa. Le hizo cortes profundos. Si ella luchó, el búho terminó por destrozarle el cuero cabelludo. La dejó desangrándose y alzó el vuelo a seguir cazando roedores.

En otras épocas una muerte humana era como una muerte en el medio salvaje. No había que culpar a nadie, ni a nadie había que juzgar. Y tampoco era posible. Pero esto es la modernidad, es América, y toda muerte debe quedar esclarecida y juzgada. La justicia tiene que dar un veredicto, el que sea.

Se trata de vigilar y castigar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario