sábado, 15 de septiembre de 2018

El espectro y el espíritu en las fiestas patrias


En el Grito tenemos el doble retorno, el de los espectros y el de un espíritu.
El del espectro es el del poder, que conjura a los rebeldes para legitimarse. El presidente los nombra, los aprovecha, los refiere, para encabezar un rito de Estado que pretende reforzar la unidad de la nación que gobierna. Se trata de un regreso cíclico y vacío de los muertos, que forma parte de una liturgia política que consolida el régimen. Se trata de hacer rondar a los espectros de la revolución de Independencia como mero adorno de la estructura de poder.
Pero ese retorno espectral irremediablemente evoca un espíritu, lo sugiere, lo hace presentir. Es el espíritu de la rebeldía, de la actitud progresista y revolucionaria que llevó al padre Hidalgo a rebelarse contra la autoridad virreinal, que inspiró a Morelos, a Aldama, Allende, Matamoros, Leona Vicario, a Josefa Ortiz, a Javier Mina.
Si ese espíritu algún día prende en la masa, en lugar de servir de eco de los poderosos, alzará el grito contra ellos y los derribará.
El espectro regresa en la fiesta organizada por el poder y para el poder vigente. Es el oropel, el ornato, el aprovechamiento del pasado y de la historia para fundamentar la hegemonía, el statu quo, la autoridad de lo que ostentan los cargos, hace venerable al Estado, las instituciones, el gobierno. Es la fiesta que meramente reinicia el dominio.
El espíritu no regresa tan fácil, pero está latente. Y la fiesta del poder, que pretende aprovecharse espectralmente de la memoria, es el mismo momento en que el espíritu se insinúa, se presiente, peligrosamente.
El mismo instante de fiesta que sirve para afianzar el estado de cosas podría ser el del resurgimiento del espíritu, que tiraría abajo toda la estructura, en una auténtica revolución, no una pantomima de la misma.
En esa dialéctica del retorno, que tiene que ver con lo sagrado, lo político y lo estético, se juega la conservación o la transformación de la realidad.
Lo normal que el instante de lo anormal, la fiesta, esté ritualizado, reproducido, controlado, aprovechado, organizado, que el relajo, el desorden, lo extraordinario, permanezcan en el marco de las instituciones, de lo político, del Estado y el mercado, como mera repetición inocua, teatral, de la revolución y del cambio radical.
Pero el espíritu podría romper esas formas, retornar auténticamente, convertir la fiesta del poder en una nueva revolución, que irrumpa otra vez, como en el origen, un retorno verdadero de lo que por ahora es sólo rememorado.
Por eso el espectro es siniestro, porque, incluso involuntariamente, hace que se presienta el espíritu que vendría a destruirlo todo y a fundar un nuevo régimen. Es el guiño de lo que debía permanecer oculto, pero se revela.
El espectro puede él mismo abrir el resquicio para que regrese el espíritu.

1 comentario:

  1. Muchos esparabamos que el 2010 fuera un año de resurgimiento del espíritu como cumplimiento de una profecía cíclica donde México se renovaría cada siglo. Hasta muchos agnósticos lo creímos. No fue así. El espectro terminó imponiéndose.

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