domingo, 2 de septiembre de 2018

Federici y el tardocapitalismo


El esquema básico de Silvia Federici consiste en una complementación del análisis marxista, que incluye a la mujer y su papel en el capitalismo.
Su trabajo se ha centrado en el tránsito de la sociedad feudal a la sociedad moderna. El elemento que ella destaca es que la mujer ha tenido que ser modelada en su rol para funcionar en el sistema capitalista. Ese rol ha sido eminentemente doméstico. La mujer, como apéndice del varón, se encarga de atenderlo mientras él es explotado en los centros de trabajo.
Si el burgués ejerce un dominio sobre la clase trabajadora, cada varón trabajador, por su parte, ejerce un dominio dentro de la casa sobre la mujer y también sobre los hijos. Para llegar a eso, la mujer, que, según Federici, gozaba de una relativa mayor autonomía o al menos de un papel diferente en la sociedad feudal, ha sido sometida , ha puesto su cuerpo al servicio del "jefe de la casa", ha tenido que estar dispuesta para satisfacerlo sexualmente, para darle hijos, para limpiar, cocinar, para reconfortarlo y arroparlo.
La caza de brujas sería el proceso y el símbolo por el que la mujer fue reconstituida para funcionar en la sociedad urbana de la modernidad.
El triunfo de la sociedad moderna se ha pagado con el sometimiento del trabajador al capitalista, y de la mujer al sistema entero, que está también dentro de lo privado, en la misma alcoba. El salario viene a ser el hilo conductor. El capitalista se lo paga al obrero y éste con él obtiene un poder derivado, pues la mujer y los hijos estarán en situación de dependencia económica y, por tanto, bajo su yugo.
Este esquema de familia, que además estaría consagrado por esquemas religiosos y morales, ha sido, no obstante, minado por el desarrollo mismo del capitalismo.
En el siglo XX, las guerras mundiales fueron el punto de quiebre en Europa y Norteamérica, pues las mujeres debieron sustituir a los varones en todos los ramos de producción y en especial el bélico. La máquina destructiva capitalista sacó de los hogares a las mujeres y las puso a producir balas y fusiles por millones, mientras los hombres estaban en el frente luchando batallas de potencias imperialistas.
La familia tradicional del capitalismo temprano comenzó a resquebrajarse. El feminismo, que en su origen fue socialista, también reflejó, desde el liberalismo, la autonomía en principio forzada por las condiciones que adquirió la mujer. La precarización de los salarios, la necesidad de producir más y más y también de consumir aceleradamente, prepararon el terreno para la "liberación" femenina. Una liberación que convenía al sistema.
La mujer ahora debía ser capaz de sumarse a la producción de mercancías en los centros de trabajo, debía tener un salario y debía ser capaz también de consumir, incluso productos que antes estaban reservados para los varones. El caso del cigarrillo es paradigmático. La mujer "libre" podía ahora ganar dinero y podía comprarse una cajetilla, o quizá dos, y fumar con desenfado. Ésa era ahora la mujer "moderna", lejos de su papel tradicional.
Se trataba de un "feminismo" burgués, que se acompasaba a una nueva fase del capitalismo y la sociedad postindustrial de masas.
Eso, que comenzó en Primer Mundo, ha ido llegando al resto de los países. Los resabios tradicionales, con sus dictados y esquemas de matrimonio y de familia, se han visto superados, ya no tienen base material que los sostenga, han quedado en el aire, vacíos. El capitalismo tardío reclama a la mujer ya no sólo para empleos manuales o secundarios, sino también, con el desarrollo tecnológico, administrativo y científico, en puestos de formación universitaria. La mujer debe estar ahí también para los puestos directivos, y el feminismo afín así lo exige.
Y así como la misma dinámica de mercantilización alimentó y aprovechó la liberación sexual de los años 60, pues hizo del cuerpo femenino y del sexo una vía de lucro, en contra de los retenes morales tradicionales, así la liberación de la mujer del ámbito doméstico ha servido para mercantilizar su mano de obra, su trabajo intelectual y todo lo que pueda darle al sistema de producción.
Esto, que parece, por un lado, un fortalecimiento del capitalismo, es, por otro lado, un avance, sin duda. En el pensamiento dialéctico no hay blanco y negro, opuestos, sino síntesis, y si el capitalismo ha logrado, con su desarrollo, por fin manifestarse en su máxima expresión, rompiendo los mismos marcos que necesitó para implantarse en un inicio, eso puede ser señal de que la hora de un cambio radical se acerca o de que las condiciones para una superación del capitalismo en su conjunto están ahora más maduras.
Decía Lenin que los burgueses eran capaces de vender la soga con la que serían ahorcados. El capitalismo en su desenvolvimiento histórico liquida las barreras y fertiliza el terreno para la sociedad del porvenir que ha de reemplazarlo. Eso y no otra cosa es el entendimiento dialéctico de la historia.

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