domingo, 8 de abril de 2018

La filosofía de la historia marxista



El marxismo incluye una filosofía de la historia, que hereda de Hegel. Para el filósofo idealista, la historia es el desenvolvimiento del espíritu absoluto, con momentos que culminan en la plena autoconciencia y libertad.

Dándole un giro materialista, Marx entiende la historia como una sucesión de formas sociales, compuestas por una "base" económica y una superestructura jurídica, política e ideológica. Los cambios en esa base económica, causados, por ejemplo, por avances tecnológicos, obligan a modificar el modo de producción y, en consecuencia, la superestructura. Es la revolución y es protagonizada por una clase emergente, que choca con la clase empoderada.

Así, la burguesía urbana aparece en la sociedad de esquemas todavía feudales, con la tierra como principal medio de producción. La nobleza y el clero poseen la tierra y también el poder político. Es decir, son la clase propietaria en la base y también poseen privilegios jurídicos y políticos. La ideología dominante, además, consagra su autoridad, empleando argumentos teológicos.

Con la Revolución Industrial se desarrollan, sin embargo, nuevos medios de producción, las máquinas modernas, el vapor, la mecanización de varias áreas de la economía. Viene un cambio tecnológico, crecimiento de las ciudades, lento pero constante paso de la población rural a la mancha urbana.

Aparecen en germen dos nuevas clases, la burguesía, emprendedora y entusiasta, y el proletariado, por lo regular por desposeídos del campo que buscan oportunidades en las ciudades, por miles.

La burguesía tiene poder económico, pero eso no se refleja en la superestructura jurídica ni política, y no hay una ideología que supere a los fundamentos de la monarquía, ya en fase absolutista. Surgirá entonces la ideología liberal, con una pléyade de pensadores como Hobbes, Locke, Hume, Rousseau, Kant y Tocqueville.

Guiados por esos pensadores, que vienen a forjar la autoconciencia política de la clase en ascenso, aparecerán movimientos republicanos, que buscan la revolución social y el fin del absolutismo, la jerarquía feudal y el conservadurismo reaccionario y teológico.

Se llamará "oscurantista" al "Antiguo Régimen" y se actuará en nombre de las Luces, la Razón y la Libertad. Es la Ilustración, la Modernidad, la época de oro del liberalismo.

Su gran odisea será la Revolución Francesa y una serie de revoluciones en toda Europa, que lograrán superar el absolutismo para dar paso a la república o a la monarquía parlamentaria.

La clase burguesa triunfó en lo general y obtuvo derechos para todos los "ciudadanos", en sociedades democráticas. Pero esos ciudadanos seguirán divididos en clases: la propietaria de las máquinas, la tierra, los transportes mercantes, el capital, es decir, la burguesía, y la clase de los desposeídos, que venden su fuerza de trabajo para operar esas máquinas, los proletarios. Surge así la ciudad moderna, con sus chimeneas industriales y sus escenas dramáticas de explotación.

Es una clase oprimida, pero a la vez domina a la máquina, sabe operarla. Su trabajo le da un poder, el de la producción. Y con la segmentación de los procesos toma poco a poco conciencia de que su emancipación sólo llegará coordinándose como un solo bloque. Surge el movimiento obrero.

Y así como la burguesía tuvo su autoconciencia con los pensadores liberales, aparecerá la autoconciencia filosófica de la clase proletaria, con Karl Marx como figura principal.

En este esquema de la historia y los reemplazos de formas sociales, se hará una gran analogía y se planteará que la clase antes revolucionaria, la burguesía, ahora está en el poder, goza de la propiedad de los medios de producción y el marco jurídico consagra ese derecho de propiedad. Domina el aparato político y su ideología, el liberalismo, ahora predomina casi como un dogma colectivo.

El marxismo será crítico, en un sentido profundo: reconocerá los avances de la revolución burguesa, pero mostrará que su misma configuración le impide llevar a cumplimiento la democracia plena, la igualdad, la libertad y la fraternidad. Mostrará que hay una clase oprimida, con potencial revolucionario. Y esa revolución la entenderá como un acontecimiento dictado por las leyes de la historia, es el materialismo histórico y dialéctico.

Dialéctico porque se basa en la oposición, una oposición que supera y esa superación es crítica: elimina, conserva y eleva. La sociedad burguesa ha de ser eliminada, pero conservando su contenido de progreso y elevándolo a una fase superior, el comunismo, la sociedad libre.

En Marx encontramos la autoconciencia filosófica de la clase obrera y de la nueva revolución, la socialista. Así como el método para pensar la historia, la dialéctica materialista.

Formarse en el marxismo en parte incluye asumir que hay leyes en la historia, que el motor de la historia es la lucha de clases y que la superación de una forma social lleva a cumplimiento lo que la ideología dominante proclama, pero no es capaz de cumplir.

El comunismo es la superación del capitalismo y el marxismo es la superación del liberalismo, en sentido dialéctico.

Pensar la historia como un proceso de progreso hacia la libertad a través de la autoconciencia es algo hegeliano. Y Hegel, como se sabe, comparte fuentes con la teología medieval cristiana, como Proclo.

El esquema marxista de la historia ha sido revisado y criticado dentro del mismo marxismo. Un autor importante es Walter Benjamin, quien llamó, por ejemplo, a rescatar la tradición de los vencidos, no sólo los logros de los vencedores. Propone un "freno de emergencia" ante el tren del progreso, que puede conducir también a la catástrofe. Nos recordó, frente al optimismo dogmático, que en cada momento se juega la opción de la emancipación, pero también de la barbarie. Y que la barbarie también se viste con el traje del progreso y aprovecha los avances, pero para el exterminio y la opresión, como los nazis.

La filosofía como autoconciencia puede y debe afinarse, ejerciendo la crítica y asumiendo la superación dialéctica como dinámica del pensamiento.

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